Prólogo: La ridícula manera en que todo empezó

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¡¡Por fin llegó el día!!

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Exorcizamus you omnis immundus spiritus.Omnis satanica potestas, omnis incursio. Infernalis adversarii, omnis legio,
Omnis and congregatio secta diabolica.
Ab insidiis diaboli, libera nos, dominates,
Ut coven tuam secura tibi libertate servire facias.Te rogamus, audi nos!...— se estremeció un poco y trató de ignorar la manera en la que sus manos ardían al sostener aquel rosario entre sus dedos. Sacudió la cabeza —. Vamos, solo date por vencido de una buena vez.

Está vez el dolor se hizo incluso más fuerte. Pero lo ignoró alzando la barbilla de manera obstinada para demostrar a su hermano que de ninguna manera estaría dando un paso atrás. Por favor, era como si no lo conociera lo suficiente como para saber que era terco como ninguno. Era la soberbia misma.

Le dio una mirada cargada de irritación al arcángel de cabellos oscuros que estaba sentado al otro lado de la mesa. Quería borrar su estúpida sonrisa angelical de su pretencioso rostro. Total, no es como que fuera a morir ¿verdad?

—Cállate, Gabriel y apresúrate a acabar con esto.

—Nos hemos detenido más veces de las que puedo recordar. Sería más fácil si solo aceptas que no puedes con esto—.  continuó Gabriel, reclinándose sobre el respaldo de sus silla. Sus profundos ojos azules estaban cargados de diversión.

El muy bastardo estaba pasando un momento en verdad divertido. No tenía idea de lo que era pasar por 665 exorcismos realizados por un arcángel. Esa mierda dolía en serio.

—Deja de molestarlo, Gabriel. Sabes que a padre no le gustan las enemistades entre hermanos.— Quien habló fue Miguel.  Mik, como a Lucifer le gustaba llamarlo.

La creencia popular y religiosa era que Lucifer y Miguel tenían una enemistad épica, ya que fue Miguel quién logró derrotarlo y expulsarlo del paraíso cuando creo toda aquella revuelta al defender sus ideales de libertad e independencia. Pero la verdad es que de todos sus hermanos, Mik era el que mejor le caía y a quién más soportaba. Sí, fue Mik quien le dio una patada en el trasero y usó su espada divina para hacerlo rogar por piedad, sin embargo entendía que su hermano solo hizo lo que creyó conveniente. No iba a guardarle rencor por algo tan insignificante.

—Sí, Gabe— se burló Lucifer— deja de ser un culo arrogante.

—Cállate. Tienes una boca muy sucia.

—Ajá. Como si nunca hubieras dicho una maldición en tu correcta vida— sonrió malicioso—. Te conozco, hermanito y ni siquiera tú eres capaz de tener un comportamiento tan intachable. Sabes quién es el único perfecto a ojos de padre. Así que ni siquiera trates de fingir ser tan correcto, nunca lograrás tomar su lugar.

Gabriel frunció el ceño y mordió su labio inferior. Luego desvió la vista hacia un costado, fingiendo que el resto de personas en aquella elegante cafetería, eran interesantes.

Mik le lanzó una mirada de advertencia recordándole que había cosas que no debía decir. Porque ciertos temas eran delicados. Soltó un bufido. No era justo que Mik le prohibiera hablar sobre temas polémicos. Además siempre era divertido ver a Gabriel retorcerse un poco con destellos de envidia. Y para que negarlo, también era divertido poner el dedo en la llaga.

Le pequeño temporizador sobre la mesa sonó, provocando que Gabriel volviera a sonreir.

—El tiempo se acabó, hermanito— la última palabra llevaba un retintín que  fue difícil de ignorar. —Tres horas en tiempo humano. Te quedaste a mitad del exorcismo número 666, así que yo gano.

La Oscuridad Seduce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora