[VEINTIDÓS]

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[DULZURA]


Amara


Mi sonrisa no se oculta cuando la camioneta para frente a una boutique cercana del hotel, James sujeta mi mano y guarda su teléfono en su bolsillo mientras checo la ropa que voy encontrando en mi camino.

—Elige poco que te voy a llevar después a otro lado dónde vamos a comprar todo lo que se te antoje —me asegura y sonrío tomando un vestido rojo de tirantes.

—Voy a comprar toda la ropa —advierto.

—Te compro la tienda si quieres, mi vida —muerdo mi labio y quiero golpearme por andar sonriendo con su estúpido apodo ese.

Toda mi vida me queje de no ser como esas chicas a las que conquistaban de esa forma, pero aquí ando sonriendo a cada nada con el tarado ese a mi lado. No escoge más que una camisa blanca, un pantalón y yo lleno de mi mano con varios vestidos sueltos para el clima caluroso que se presenta apenas salimos de la tienda.

No es mucho calor lo que siento, es agradable y caminamos juntos, escucho la historia que me cuenta del lugar y dice ser uno de los centro turísticos más visitados por los recién casados. Noto el tono con que suelta aquello último, no me mira y evito hablar para decir algo tonto.

Las sandalias son mucho mejor que usar tacones, dejan que mis pies descansen y tomo la mano del rubio dejándolo que me guíe hacia el lugar dónde el hotel queda. Me mostro fotos en el camino de dónde nos hospedaríamos, pero verlo en persona hacer que lo que traiga en la mano lo deje en el suelo haciéndome correr hacia la orilla de Mar.

Hace años que no sentía esta felicidad.

Mis pies tocan el agua, la sonrisa que surca en mi rostro es inevitable de mostrarse cuando me quito de forma desesperada las sandalias que termino por arrojar a la arena junto con a las bolsas de ropa y me adentro al agua cristalina. Está fría, pero el sol no me hace sentir frío y me doy la vuelta esperando hallarlo.

Viene únicamente con su bóxer, no trae camisa y el torso musculado me hace relamerme los labios junto con el miembro que se marca en la tela negra, la sola imagen de él caminando hacia mí me prende. Sonríe, extiendo mi mano y la toma adentrándose al agua. Se pega a mí, rodeo su cadera con mis piernas y le mojo la cara a la vez que sujeta mi cuerpo con fuerza.

—Pero bien que te gusta molestar —me rio—. Te voy ahogar.

—Atrévete y vemos quién se ahoga —juego.

Nos sambute en el agua, toma mi mano no queriendo que me aleje mucho de él y ambos nos alejamos un poco de las habitaciones que yacen aledañas al muelle privado. Aquello me permite ver mucho mejor el lugar, es grande y lujoso. Me he de imaginar que el galés no se midió en gastos y dada su fortuna, no lo dudó ni un segundo.

Obsesión [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora