PREFACIO: Muchos reinos, dos ciudades, un Imperio.

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"Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad."

La Llave de Plata (1929) - H. P. Lovecraft


"Todo el mal en el universo se concentró en sus magros, hambrientos cuerpos. ¿O había cuerpos? Los vi sólo por un momento, no puedo estar seguro."

Los Sabuesos de Tíndalos (1929) - Frank Belknap Long


¿Resulta correcto disfrutar de una muy larga vida repleta de paz y tranquilidad, o acaso es preferible hallar la gloria eterna a través de una muerte memorable?

Cual fuese la respuesta acertada, lo cierto era que los sosegados días de internamiento en el hospital se habían tornado, valga la ironía, mortalmente tediosos. Era posible, pensó el joven recostado en la camilla mientras lanzaba un suspiro, que los pacientes en su misma condición de aburrimiento prefirieran irse al Otro Mundo en pos de una experiencia emocionante y no tanto por los males físicos que los aquejaban. Al fin y al cabo, era bien sabido que se necesitaba de una mente sana para mantener estable la salud corporal, y no podía haber nada mejor para tal fin que presenciar acontecimientos impresionantes.

Por suerte para él, contaba con unos aliados notablemente poderosos que lo apoyaban en su perpetuo combate contra la ruin monotonía: los numerosos libros que su padre acostumbraba enviarle cada cierto tiempo. Tenía a la fantasía y a la ciencia ficción como dos de sus géneros predilectos, aunque era capaz de disfrutar casi cualquier obra que se alejara lo suficiente de la realidad para permitirle navegar por mundos increíbles y maravillosos. Su pasión era tal, que casi siempre terminaba desconectándose de la realidad mientras leía, perdido en el interminable océano de aventuras y desventuras que los libros le ofrecían a mansalva. No obstante, a pesar de poseer un amplio margen de aceptación en lo que a literatura se refería, existían cierto tipo de historias a las que no aceptaba bajo ningún concepto: todas aquellas relacionadas, en menor o mayor medida, al terror de cualquier índole.

Tal aversión, según sus propias palabras, no estaba fundamentada en razones asociadas a la cobardía, sino a su incapacidad de comprender qué razón tendría alguien para leer obras que generaban un sentimiento tan nocivo como el miedo. A fin de cuentas, consideraba que sumergirse en los universos ficcionales debía funcionar como catarsis para poder olvidar los problemas cotidianos a través de historias repletas de momentos épicos y sorprendentes. El horror y el terror, en cambio, tan solo servían para atiborrar la mente de onerosas inquietudes, lo que los convertía en géneros carentes de un verdadero valor literario.

Para su gran infortunio, ya había concluido casi todos los libros que tenía a su alcance en aquel momento, de modo que se hallaba envuelto en un profundo dilema. Su primera alternativa para plantar cara al problema se traducía en esperar un par de semanas hasta que su padre volviera a traerle alguna obra interesante. La segunda opción, que era la que había dado inicio a su conflicto interno, era intentar leer los dos últimos tomos con los que contaba. La razón por la que los había dejado de lado hasta el último momento resultaba muy simple: el primero podía ser descrito como una especie de "novela ligera de terror sobre criaturas que parecían una mezcla entre vampiros y muertos vivientes", mientras que el otro era un tratado jingoísta centrado en destacar todas las maravillas de su país natal, el Conglomerado Imperial de Londres, y su superioridad cultural en comparación a las otras naciones de Auria.

Al cabo de un rato, el muchacho decidió que, en honor a su política de "no-terror" y para no sucumbir al aburrimiento, tan solo le quedaba soportar las más de mil páginas de ese último libro ultranacionalista. De todas formas, su patria bien podía ser considerada como algo muy similar a un país de fantasía si le analizaba desde ciertas perspectivas, así que guardaba vagas esperanzas de toparse con una lectura amena. Esbozó una ligera sonrisa ante tal pensamiento, confirmando el enorme orgullo que le generaba haber nacido en una nación de tal índole. Porque el Conglomerado Imperial de Londres era extremadamente extraño en el buen sentido de la palabra y, como era lógico, para él no había nada mejor que lo extraordinario.

NecrópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora