21: Conspirar

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Cerca de 20 años atrás...


Tal como solía hacer cada tarde, Gólghota Samlesbury disfrutaba de un apacible tiempo a solas en su oficina personal. Las cortinas color escarlata que cubrían los amplios ventanales tintados se hallaban cerradas por completo, bloqueando la magnífica imagen de los jardines que rodeaban la fortaleza del Culto. Por ende, la estancia estaba sumida en un ambiente lóbrego que, lejos de molestarle, al anciano le resultaba sumamente agradable. A fin de cuentas, sus lechosos ojos muertos hacía mucho tiempo que habían olvidado el verdadero significado y valor de la luz.

A pesar de su ceguera completa, contaba con más de un método para "ver" lo que sucedía a su alrededor, así como también para "observar" eventos que se desarrollaban más allá de esas cuatro paredes. En esos precisos momentos, se hallaba inmerso en un procedimiento incluso más complejo que le permitía "vislumbrar" sucesos por encima de los límites del tiempo y el espacio. Con tal fin en mente, había concentrado toda su atención en unos peculiares objetos desparramados sobre su escritorio de ébano. Dichos artilugios eran tan pequeños como dados y sus variadas formas guardaban cierta semejanza con humanos, animales y figuras geométricas. Estaban hechos de un material maleable similar a la plastilina y cada uno exhibía un matiz particular que iba desde el marrón oscuro hasta el rojo lustroso.

El brujo se encargaba de dirigir el movimiento de las piezas, pero no lo hacía tocándolas directamente. En su lugar, batía sus manos con suavidad a su alrededor mientras emitía imperceptibles ondas de energía a través de sus huesudos dedos. Los objetos levitaban e intercambiaban ubicaciones según las indicaciones del anciano, aunque cada cierto tiempo presentaban reacciones de lo más insólitas. Algunos erigían torres desequilibradas que colapsaban enseguida, otros se fusionaban de forma errática para adquirir aspectos distintos e, incluso, hubo unos pocos que se desfragmentaron hasta verse reducidos a partículas invisibles.

Incluso estando tan inmerso en aquel espectáculo, Gólghota se percató de que alguien había ingresado a la estancia. Entre los Samlesbury, eran muy pocos los que se atrevían a irrumpir en su oficina personal sin una invitación previa, de modo que pudo adivinar la identidad del intruso antes de siquiera analizar su raíz espiritual. Se trataba de un espigado hombre cubierto de pies a cabeza por una pesada túnica que compartía la misma tonalidad azabache de su grasiento cabello y su poblada barba. Una virulenta marca que parecía tanto un tatuaje como una cicatriz atravesaba su ojo izquierdo, el cual resultaba ser tan negro como su indumentaria.

—Estoy aquí para brindarte un informe... —dijo el recién llegado, mientras se aproximaba al escritorio con pasos largos y firmes—. O, mejor dicho, para solicitar la solución de un problema que podría llegar a agravarse pronto.

—Ah, mi apreciado primogénito, el Devorador de Conocimientos y Señor de la Eterna Curiosidad —pronunció Gólghota, sin apenas desviar sus ojos ciegos de las formas rojizas que flotaban sobre su mesa—. ¿A qué se debe tanta premura, Logios?

—Es por el reciente accionar de Ethios. Ha reunido un grupo de mercenarios para hacerse con sujetos de prueba, niños y adolescentes en su mayoría, que secuestran de diversos pueblos costeros. Ya sea por azares del destino o de manera premeditada, una familia acaudalada que estaba de paso se ha visto afectada. —Chasqueó la lengua—. Las autoridades se han puesto en alerta máxima como consecuencia y no dudo en que pronto conectarán cabos.

—Tu hermano menor usa métodos muy interesantes para satisfacer sus fines. Me lleva a rememorar mis días de juventud. No veo cuál es el problema, ¿qué es lo te molesta y qué solución propones?

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