Un coche de carga blindado recorría a toda velocidad las calles desiertas de la ciudad, provocando un estruendo que alteraba el usual sosiego de la noche. Acomodado en la amplia zona posterior del vehículo, Alex intentaba reconocer sin mucho éxito el camino que estaban tomando. Dado que contaba con tan solo una delgada mirilla de vidrio antibalas para observar el penumbroso exterior, por no mencionar la acelerada marcha, apenas podía distinguir detalles. Si bien era consciente de lo inútil que resultaba, estaba forzado a mantener su mirada fija en el opaco cristal porque, sentada frente a él, Senith se había desprendido de gran parte de su indumentaria para tratar sus heridas.
—¿A dónde vamos? —preguntó el noble, atreviéndose a dar un vistazo a su compañera, quien por fortuna había terminado de vendar su vientre y pecho—. ¿Otra vez a la base de Cruz Negra?
—No necesitas saberlo.
El muchacho resopló ante una respuesta tan seca. Le resultaba incómodo quedarse sentado sin hacer algo de provecho, en tanto el paradero de Nirvana continuaba siendo desconocido. Para acrecentar el problema, no podía evitar pensar que, por cómo iban las cosas, sus posibilidades de hacerse con la custodia de la necrólito se reducían cada vez más. A ese paso, le resultaría imposible cumplir la misión que su padre le había encomendado y tampoco podría saldar la deuda de honor que tenía con Nirvana. La simple idea de fallar en ambos ámbitos, por muy fatalista que pareciese, lentamente lo estaba conduciendo a un estado de desesperación absoluta.
Tras lanzar un profundo suspiro, meneó la cabeza para librarse de esos oscuros pensamientos e intentó concentrarse en cualquier otra cosa. Era una tarea difícil, dado que el interior del vehículo parecía una caja negra, enorme y vacía, así que su mirada volvió a posarse sobre Senith al poco rato. La mujer había cerrado los ojos como si estuviera dormitando, aunque no era su rostro lo que más llamaba la atención. Al tener los vendajes como única vestimenta de cintura para arriba, sus brazos y hombros habían quedado al descubierto, dejando a plena vista la incontable cantidad de cicatrices que recorrían su piel.
—El entrenamiento de Cruz Negra debe de ser duro —comentó Alex, esperanzado en entablar una conversación casual para distraerse un poco—. Aunque llegar al punto de causar heridas profundas me parece un poco extremo.
—Lo es —respondió ella sin abrir los ojos, luego de transcurridos unos segundos de mutismo—. Pero estas cicatrices no tienen nada que ver. Son runas de brujería, regalo de mi padre.
Tras forzar un poco la memoria, el muchacho recordó que Senith era hija de un tal Ethios Samlesbury, hermano menor de Logios. Pensar en este último le hizo preguntarse dónde demonios podría estar aquel anciano brujo, a quién no había vuelto a ver desde lo sucedido en el ayuntamiento. Dado que no parecía el tipo de sujeto capaz de huir ante la más mínima oportunidad, resultaba probable que volviese a aparecer en el momento preciso, tal cual un deus ex machina. Al menos, ese era el mejor escenario que Alex podía imaginar; siempre venía bien contar con la mayor cantidad de aliados a los cuales usar como herramientas o carne de cañón de darse el caso.
—Espero que Nirvana se encuentre bien... —musitó entre dientes.
—Dudo que pretendan dañarla —opinó Senith—. Es la única necrópata hembra que queda con vida, su valor es muy alto.
—¿Es la única hembra? Pensé que era la última de su especie, o al menos eso entendí de lo que Logios me contó. Por todo lo que ha venido sucediendo no tuve tiempo de indagar más...
—Según los Samlesbury, la Corporación cuenta con un espécimen macho y con un tercer espécimen mucho más peligroso.
—¿Cómo llegaron a ser tan pocos? No creo que los necrópatas se hayan sometido a la extinción de forma voluntaria.
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Necrópata
ParanormalAlexander Hound enfrenta un complicado desafío: reincorporarse a la universidad luego de pasar un año entero internado en el hospital. Como está por cursar el último ciclo académico, sus escasos conocidos ya se han graduado, así que solo le queda re...