35: Profetizar

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Cerca de 13 años atrás...


Sentado ante una amplia mesa de jardín color perla, Logios se relajaba mientras daba cortos sorbos a una taza negruzca con forma de pirámide invertida. Era una apacible y cálida tarde de verano, perfecta para pasar el rato en el inmenso valle boscoso que rodeaba a la fortaleza del Culto Samlesbury. Aquella zona era comúnmente usada por los brujos cultistas, tanto neófitos como veteranos, para poner en práctica sus hechizos más devastadores, ya que podían dar rienda suelta a todo su poder sin temor a lidiar con forasteros curiosos o invitados indeseados. A fin de cuentas, al ser de conocimiento público la vileza que acarreaba el apellido Samlesbury, eran pocas las personas cuerdas capaces de atreverse a poner un pie en sus dominios. Por ese mismo motivo, el Culto también utilizaba esas tierras como centro de cría de animales exóticos y otras formas de vida menos convencionales, muchas de las cuales les brindaban recursos esenciales para crear hechizos y preparar pociones.

En el caso específico de Logios, la razón de su presencia no estaba conectada al ejercicio de las artes místicas ni al estudio de la fauna local. Incluso si tan solo parecía estar tomándose un respiro de sus obligaciones cotidianas, su verdadera intención era mantener un ojo en Nirvana, quien retozaba alegremente a buena distancia. Era inusual verlo en tal afán; por lo general, prefería relegar la labor de guardia a alguno de sus tantos aprendices para concentrarse en cuestiones, según su opinión, más importantes que andar de niñero. Sin embargo, cuando a Nirvana se le daba por armar un berrinche para que la dejaran salir de la fortaleza, era deber personal de Logios asegurarse de que a ninguno de sus colegas más desquiciados se le ocurriese masacrarla "por accidente" con algún conjuro experimental.

El anciano suspiró, lamentando el tiempo valioso que estaba perdiendo, y echó una mirada a su protegida. La niña se encontraba en medio de una cuantiosa manada compuesta por engendros con aspecto de lagartijas gigantes, salvo que poseían un par adicional de patas además de dos cortos brazos terminados en púas que brotaban de sus cuellos. A pesar de su espeluznante apariencia, acrecentada por su capacidad para producir una sustancia similar a la telaraña a través del aguijón de sus colas, aquellos espantajos parecían ser de los más dóciles. Por más que Nirvana los perseguía para luego abrazarlos hasta hacerles crujir los huesos, ellos se limitaban a huir o la contrarrestaban a base de lengüetazos amistosos mientras lanzaban chillidos similares a risas de hiena.

—Nirvana debe tener un talento innato para tratar con bestias peligrosas. En especial si consideramos que a los aracnogones les encanta dañar y asesinar a otros seres vivos por simple diversión. ¿Qué crees tú, Logios?

El aludido dejó su taza piramidal sobre la mesa, sin necesidad de mirar a su alrededor para reconocer a Gólghota. Como siempre sucedía, ni con su percepción extrasensorial a máxima potencia había podido detectar la presencia de su padre hasta tenerlo ya casi al costado. Era muy lógico, dado que el líder del Culto Samlesbury era uno de los individuos más poderosos del país entero, clasificación que solo compartía con Crucifijo, fundador de Cruz Negra, y con alguno que otro alto noble.

—Un monstruo se lleva bien con los de su calaña —contestó el brujo del ojo negro, acariciando su barba—. Aunque solo se ha ganado la simpatía de los reptiles. —Hizo una señal de cabeza con dirección a una arboleda cercana, en cuya espesura se vislumbraban peculiares brillos rojizos de gran tamaño—. No parece que los macrolobos le guarden el mismo aprecio.

Gólghota emitió una corta carcajada a modo de respuesta y procedió a acomodarse en una silla vacía al otro lado de la mesa. Con el rumor del viento como música de fondo, padre e hijo se dedicaron a apreciar el panorama sin decir una palabra a lo largo de varios minutos. La pacífica escena fue finalmente rota por el carraspear de Logios, deseoso de conocer las razones que justificaban aquel encuentro. Estaba seguro de que la inesperada aparición de su líder no se debía al azar ni mucho menos; algo debía traerse entre manos y resultaba mejor descubrirlo más temprano que tarde.

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