22: Derrocar

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Sheol dejó que su mirada se perdiera entre la mortecina luminosidad que proyectaba el sol del crepúsculo. Estaba situado en lo alto de un edificio, aunque, lejos de prestar atención a la imagen de la ciudad que se extendía a sus pies, se hallaba sumido por completo en sus cavilaciones. El cargo como supervisor que desempeñaba en una sucursal de la Corporación Ethereal le traía un sinfín de ventajas, eso no podía negarlo, pero también lo hacía presa de un estrés aplastante que lo acompañaba día tras día. Tal tensión se había agravado en los últimos meses por una razón concreta: luego de años de preparación, finalmente había puesto en marcha un plan basado en puros intereses personales.

Si la Corporación llegaba a descubrirlo, sin duda alguna le concederían el peor de los finales.

Meneó la cabeza para sacarse de encima todas esas preocupaciones y se concentró en observar a la muchedumbre que se congregaba en la plaza principal, ubicada frente al edificio en el que se hallaba. Contrario a lo previsto, una cantidad ingente de ciudadanos habían dejado de lado sus quehaceres diarios con tal de escuchar en persona el discurso que el alcalde iba a brindar dentro de poco. Era muy posible que ya nadie conservara la más mínima confianza en la aptitud política de Galahad, pero al menos guardaban vagas esperanzas de recibir alguna que otra buena noticia.

Aquel escenario, pensó Sheol mientras se apoyaba en su bastón perlado, comprobaba cuán inclinados estaban los seres humanos en depender de expectativas banales. Aunque, en el presente caso, no se les podía culpar de ingenuos; luego de todos los altercados que habían sufrido sus pacíficas vidas, lo único que deseaban era regresar a los buenos viejos tiempos. A fin de cuentas, las ciudades gemelas de Londres y London se hallaban repletas de adinerados que estaban acostumbrados a atestiguar desgracias ajenas a través de los medios y no tanto a sufrirlas en carne propia.

―¿Amigo o enemigo? ―preguntó de improviso en voz alta, sin despegar su mirada del gentío ni alterar su gesto impasible.

―Veo que es cierto lo dicen de usted, Supervisor ―musitó alguien detrás de él con una voz grave pero femenina―. No necesita guardaespaldas porque resultarían ser más un estorbo que una ayuda.

Sheol lanzó un último vistazo a la muchedumbre reunida en la plaza y dio media vuelta para encarar a quien había interrumpido su apacible tiempo a solas. Se trataba de una mujer muy alta que exudaba un aura intimidante gracias al oscuro sombreado alrededor de sus alargados ojos turquesa y a su ceño profundamente fruncido. Tenía la mitad de la cabeza rapada al cero, mientras que la otra mitad estaba cubierta por un ondulado cabello ceniza que caía en finos rizos sobre uno de los hombros de su uniforme. Dicho atuendo color azabache guardaba cierta similitud con un traje de carreras y se ceñía a cada centímetro de su cuerpo por debajo del cuello, complementado por mitones para las manos y botines militares de tacón medio para los pies. Lo único que rompía el patrón negruzco de aquella vestimenta era un cinturón metálico repleto de cuchillos enfundados y peculiares artilugios esféricos.

―Svastica Krakov, teniente general de Tiniebla ―se presentó la recién llegada, separando las piernas y colocando las manos tras la espalda―. Según órdenes del Núcleo Directivo, estoy aquí como comando de apoyo...

―No malgastes mi tiempo siguiendo el protocolo ―cortó Sheol, a la vez que daba un par de golpes al suelo con la punta de su bastón―. Ha pasado más de un mes desde que solicité asistencia inmediata y, para ser sincero, esperaba algo mejor.

La mujer acrecentó el ímpetu con el que fruncía el ceño, pero se limitó a soltar un par de maldiciones entre dientes. Como segunda al mando de la principal agrupación paramilitar que rendía lealtad a la Corporación Ethereal, tenía muy en claro que siempre debía actuar con total eficiencia sin sucumbir ante las provocaciones de sus superiores. Al menos, esa era la doctrina axiomática que proponía Ivan Krakov, su hermano mayor y líder absoluto de Tiniebla, quien había logrado labrarse un gran reconocimiento tanto entre aliados como enemigos en base a su incomparable astucia.

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