13: Necrosar

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"Un descendiente del Emperador siempre ha de anhelar la más gloriosa de las muertes...".

Fue tal frase, que Alex había escuchado decir a su padre en más de una ocasión, la que lo impulsó a tomar una gran bocanada de aire.

Resignarse a sufrir una deshonrosa derrota era inaceptable para un ilustre miembro de las Casas Imperiales Hound y Basilisk. A lo largo de los siglos, ambas dinastías habían protagonizado incontables hazañas épicas que las habían ensalzado al nivel de leyendas en sus respectivas especialidades. Incluso tras el ocaso del antiguo Imperio Glorioso de Albión, incluso ante la ascensión de la vil plebe burguesa al poder, incluso al verse obligados a maquinar desde las sombras, los nobles nunca habían permitido que la sumisión formara parte de su idiosincrasia. El triunfo era el único resultado que consideraban plausible sin importar las circunstancias, sin importar los sacrificios, sin importar la dicotomía entre el bien y el mal.

"...Pero solo un verdadero ser humano puede reconocer que la vida y la familia son los dones más preciados que debemos resguardar".

Alex depositó a Silvie con suavidad sobre el suelo y se puso de pie con premura, en el preciso instante en el que la criatura nocturna daba inicio a su acometida. No era solo su vida la que estaba en riesgo, ya no se trataba de una cuestión de honor u orgullo, de nada le valía preocuparse por su linaje o su misión en esos momentos. Lo único que le importaba, aquello que había renovado sus energías y le había brindado la motivación necesaria para erguirse en pos de lucha, era su responsabilidad sagrada como hermano mayor.

—Ven a por mí, monstruo —musitó, con su mirada gélida clavada en los ojos amarillos de su adversario.

Unos pocos metros los separaban, mas la adrenalina que corría a raudales por las venas de Alex le permitió cavilar a profundidad en milisegundos. Con un rápido vistazo pudo deducir que aquella criatura debía poseer una piel muy dura y resistente, además de que parecía hallarse protegida por diversas estribaciones negruzcas a modo de escamas filosas. Propinarle un puñetazo directo solo serviría para, en el mejor de los casos, quebrarse un par de dedos antes de recibir la fatal respuesta de sus afiladas garras óseas. Eso sin tomar en cuenta su hipertrofiada musculatura, la cual bien podría brindarle a todo su cuerpo la misma solidez que el concreto. Aún con todo, era razonable conjeturar que, como cualquier otro ser vivo, debía disponer de algún punto débil del cual sacar ventaja.

"Los Hound ejecutamos a las bestias peligrosas y los Basilisk se encargan de los individuos indignos...".

Las palabras de su padre volvieron a resonar con fuerza en su cabeza, aunque hubiese preferido que le brindasen información más útil acorde al caso.

"Tú posees la sangre de sicarios y cazadores, Alexander, no existe fiera ni hombre que pueda plantarte cara... ¡Eres el pináculo de la evolución humana!".

El muchacho esbozó una ligera sonrisa, agradeciendo a su subconsciente por proveerle apoyo moral a través de sus recuerdos. Sin embargo, en el presente contexto no se enfrentaba a un animal o a una persona, ni siquiera se le podía considerar una mixtura como el simio inhumano que lo había acorralado en el autobús hacía ya varias noches. Su enemigo actual era un monstruo sobrenatural, algo que rompía con todas las leyes impuestas por el raciocinio, algo que no se podía desafiar con puños ni armas, algo que superaba con creces toda estrategia o táctica ofensiva.

"Cuando te sientas dominado por el miedo, no dudes en depender de la ayuda de alguien más. Y si eso no es posible, siempre queda la opción de romperle el cuello a tus problemas".

Esas no eran palabras de su padre. Eran de su madre. A pesar del sempiterno estado de irritación que la caracterizaba, Alex realmente la admiraba porque era una persona plenamente capaz de equilibrar sus deberes laborales con su responsabilidad materna. Si su padre era la fría espada que se abría paso al futuro, ella era el escudo que salvaguardaba el cálido hogar del presente.

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