20: Enervar

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Arthur Galahad tenía la mirada perdida en la difusa imagen de las calles que podía observar a través de la ventanilla polarizada. Por lo general, los trayectos que realizaba en su limusina privada eran de los pocos momentos de tranquilidad que podía permitirse en su ajetreado día a día. Para alguien como él, que dedicaba la mayor parte de su tiempo a su labor como político y a constantes reuniones con personalidades importantes, realmente no existía nada mejor que disponer de unos minutos para ver alguna película y disfrutar del aire acondicionado mientras saboreaba un trago proveniente del minibar integrado. A veces incluso podía echarse una corta siesta dada la comodidad que le ofrecían los asientos de cuero, lo que en conjunto siempre resultaba perfecto para olvidarse de los problemas cotidianos.

Sin embargo, en aquellos momentos no tenía ánimos ni siquiera para darse un respiro. Podía sentir la tensión acumulada a flor de piel, como si fuera la señal de una inminente crisis nerviosa. Cualquiera calificaría de extraña semejante actitud, ya que su principal problema se había resuelto hace poco: los miembros de la Asamblea de Londres y London le habían delegado una autoridad casi total sobre las ciudades gemelas y, de paso, habían retirado todas las amenazas sobre su posible destitución. Inclusive le habían prometido mil y un honores si aceptaba mantenerse en el puesto hasta las últimas consecuencias, asegurándole que abogarían por su reconocimiento dentro de la rama principal de los Drachidae apenas concluyera su periodo de mandato.

—Demasiado bueno para ser verdad... —murmuró, secándose el sudor impregnado a su frente y cuero cabelludo con un elegante pañuelo.

A fin de cuentas, todos aquellos golpes de suerte solo podían significar una cosa: lo habían designado a portar la responsabilidad de un mártir. Él lo sabía bien; la Corporación Ethereal se había hecho con el control de las ciudades gemelas, lo que casi representaba tener a la nación entera agarrada del cogote. Por obvias razones, los acaudalados patrocinadores de la Asamblea temían que dicha información llegara a oídos públicos, por lo que necesitaban disponer de un representante que actuara como un títere con buena presencia y brillante sonrisa.

Arthur Galahad era dicho títere.

Le darían órdenes que no podría reusarse a cumplir. Saldría a dar constantes discursos ante los medios. Calmaría las aguas turbulentas que brotarían como consecuencia inevitable del escenario preparado por la Corporación. Entonces, al finalizar el show, la cabeza de Arthur rodaría para borrar la existencia de todo testigo clave. No se trataba de una simple expresión simbólica; resultaba indudable que pretendían ejecutarlo de forma literal luego de cargarle con todas las responsabilidades.

Pero, incluso consciente de todo eso, no contaba con la opción de huir o de oponerse a los designios de aquellos que movían las piezas del tablero.

Unas pocas horas atrás, se había despedido de su esposa y sus dos hijos, quienes habían partido en un viaje a York-Drakkar para ser acogidos por la Casa Imperial Drachidae como signo de "buena voluntad". El mensaje detrás de ello era claro: los ilustres dragones no tenían la intención de enemistarse con la Corporación Ethereal ni con la Asamblea. Al tomar bajo su "protección" a la familia de Arthur, le impedían rechazar o siquiera poner en discusión su indeseado papel de chivo expiatorio.

Ante tal perspectiva, a Galahad solo le quedaba una opción: portarse tal cual lo esperado y servir fielmente a la Corporación. En el mejor de los casos, tendrían un mínimo de piedad con su persona y le permitirían seguir viviendo alejado del entorno político. En el peor... al menos no existiría ninguna razón válida para atentar contra la integridad de su apreciada familia. No vería a sus hijos crecer, pero ellos y su descendencia se convertirían en la prueba inequívoca de su gran sacrificio.

Un sacrificio que estuvo preparado para afrontar desde el instante en el que decidió entrar en tratos con la gente de Ethereal.

De improviso, el pitido de su celular lo obligó a desprenderse de sus funestas reflexiones para regresar de golpe a la realidad. Lo último que deseaba hacer era hablar con alguien en aquellos momentos, pero al revisar el número de la llamada entrante se apresuró a contestarla.

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