12: Finalizar

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La noticia sobre la muerte del supuesto asesino que había asolado la capital doble se esparció tal cual un reguero de pólvora. Era un hecho tan inesperado como milagroso, pero no se produjo la misma algarabía que se había dado al informarse acerca de la captura del mismo. La gente no solo había perdido la confianza en los medios de comunicación y la red, sino que también temían el surgimiento de algún nuevo criminal inspirado por el primero. Dada la poca eficiencia con las que las autoridades habían trabajado durante los últimos meses, además de la casi inexistente información oficial sobre el caso, la angustia general parecía muy bien justificada.

Incluso con el aparente retorno de la paz, eran pocos los que contaban con los ánimos necesarios para retomar sus vidas cotidianas. Muchas personas habían perdido a más de un ser querido como consecuencia de los brutales eventos, lo que les impedía actuar como si nada hubiese sucedido. En su lugar, prefirieron mantener en pie sus planes de mudanza, creyendo que hallarían mejores oportunidades y menos peligros en alguna otra zona del país. Su lógica era simple: si las ciudades gemelas habían estado a merced de un asesino exterminador una vez, algo similar o peor podría llegar a ocurrir en algún futuro cercano o lejano.

Dentro de ese grupo estaba incluida la familia de Alex, aunque en su caso se debía a cuestiones puramente prácticas. No por nada el sinfín de contactos que tanto el señor como la señora Hound poseían les permitía estar al tanto de mucha más información que el común de la gente. La pareja bien hubiera podido hacerse cargo de la situación poniendo en práctica las habilidades que los destacaban como cazador y sicaria, respectivamente, pero ambos habían desechado la idea sin necesidad de profundas reflexiones. A fin de cuentas, ella no estaba dispuesta a poner en riesgo a su familia bajo ningún concepto, mientras que él estaba limitado por ciertas condiciones que lo forzaban a depositar toda la carga sobre su primogénito.

La verdad era que las calles todavía servían como escenario de nuevos asesinatos cada vez que el sol se ocultaba. Sin embargo, en contraste a los perpetrados hasta el momento, los más recientes eran velados del ojo público con total eficacia. En su mayoría se hacían pasar como simples desapariciones o, de hallarse un cuerpo, se establecía su fecha de deceso previa a la noche en la que el supuesto asesino había muerto. Daba la impresión de que Londres y London habían dejado de ser las modernas y populosas ciudades gemelas de antaño para terminar convertidas, ya no en un simple coto de caza, sino en un gigantesco campo de experimentación con fines inciertos.

Alexander Hound conocía a la perfección aquel conjunto de detalles macabros. Había algo muy peligroso rondando en las sombras, algo que no podía ser desenmascarado de ninguna forma, ni siquiera recurriendo a las incontables conexiones de sus padres. Lejos de tratarse de una simple criatura sobrenatural antropófaga cazando para sobrevivir, las señales apuntaban a una poderosa fuerza organizada actuando bajo un secretismo absoluto. Aunque nada aseguraba que se tratase de tan solo una, ¿cuántas facciones desconocidas podrían estar involucradas en el asunto?

Dejando de lado el contexto que lo envolvía, Alex también se hallaba invadido por aplastantes preocupaciones de corte personal, todas girando en torno al casi fatal evento que había atravesado en el autobús. No se trataba de problemas con las autoridades, ya que su padre solo había tenido que mover algunos hilos para librarlo de cualquier implicancia. Tampoco le molestaba el haber presenciado un genocidio, dado que no había sido su primera vez rodeado de cadáveres frescos. Incluso podía pasar por alto el haber descubierto que los simios inhumanos eran capaces de manejar armas de fuego personalizadas y comportarse como homicidas lunáticos.

En realidad, era Nirvana la que originaba toda su inquietud.

Atestiguar la increíble capacidad física de la rubia no lo había impresionado, simplemente le había permitido corroborar sus sospechas iniciales. En adición a su extraordinaria fuerza, las peculiares manchas negras que adornaban la piel de sus extremidades eran prueba de que ella podía ser cualquier cosa, menos una humana común y corriente. Sin importar de qué se tratase, la verdadera complicación versaba en que Nirvana sabía que él la había visto, de modo que no podría seguir fingiendo ingenuidad en su presencia. El joven Hound temía que ella decidiera confrontarlo sin darle la opción de huir, lo que lo conduciría a dos posibles resultados. O le contaba todo lo que sabía, poniendo en peligro los planes de su padre, o se aseguraba de eliminarla como medida preventiva.

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