36: Arengar

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Logios Samlesbury había logrado atestiguar un sinfín de acontecimientos a lo largo de su extensa vida. Había conocido incontables tipos de criaturas, algunas horrorosas y otras maravillosas, muchas de las cuales habían caído ante su poder al pretender oponérsele. Había visitado diversos emplazamientos, tanto fuera como dentro del país, y había tenido que lidiar con muchísimas personas cuya naturaleza no siempre se limitaba a la humana. Impulsado por su infinita curiosidad, por su hambre inagotable de saber, se había encargado de reunir vastos conocimientos sobre los misterios del mundo entero y dudaba que existiese algo capaz de sobrepasar su entendimiento.

Al menos, eso era lo que él creía.

Por primera vez en toda su existencia, se vio forzado a aceptar que no tenía la más mínima idea de lo que estaba sucediendo. Tan solo un par de segundos atrás, el contexto había sido muy claro: Nirvana había sido capturada por el Quinto Ojo y, al no existir manera verosímil de salvarla, estaba obligado a acabar con su vida. Gracias a sus nociones sobre venenos producidos por sublimación, había preparado de antemano un ataque adecuado para tal fin, el cual resultaría imposible de evadir o bloquear. No se había permitido dudar ni por un segundo, aunque le causaba cierta desazón tirar a la basura todos los años que había dedicado a la protección de la necrópata.

Entonces, de un momento a otro, terminó envuelto por una espesa oscuridad.

Aquel repentino apagón no podía obedecer a factores naturales. Era como si algo o alguien lo hubiera arrancado de la realidad para arrojarlo a un espacio completamente negro en el que apenas podía distinguir su propio cuerpo. Además de la vista, sus otros sentidos básicos también se habían visto reducidos al mínimo, aunque no era eso lo que más le preocupaba. Su capacidad extrasensorial, la cual potenciaba la mayoría de sus habilidades psiónicas, había resultado neutralizada casi por completo. En consecuencia, se hallaba solo e indefenso en un lugar cuyo origen no podía descifrar, incapaz de vaticinar qué era lo que estaba por suceder.

Transcurridos unos pocos instantes que le parecieron horas, creyó captar un débil aullido proveniente del tenebroso e inexistente "horizonte". Además de aquel ruido lejano, también pudo vislumbrar peculiares líneas brillantes, algunas muy delgadas y otras colosales, que se ordenaban y desordenaban en diversos puntos para componer figuras geométricas angulosas. Dado que esos contornos flotantes se estaban aproximando a su posición, Logios retrocedió instintivamente unos cuantos pasos con el fin de evitarlos. Para su mala fortuna, tal movimiento bastó para revelar su presencia a lo que fuera que reinaba en aquella oscuridad.

El efecto consecuente podía describirse como un susurrante sonido que empezó a sofocarlo con creciente potencia. A diferencia del aullido que había oído antes, aquel susurro no parecía provenir de algún punto cercano o lejano, sino que le taladraba la mente desde su propio interior. Un nuevo murmullo de distinto timbre se unió al primero al cabo de un rato y un tercero lo siguió casi de inmediato. No se detuvo allí; susurros adicionales fueron sumándose uno por uno hasta conformar un coro demencial que no tenía cuando acabar.

Logios nunca antes había sido testigo de un acontecimiento tan caótico como aquel. Cualquier otro hubiera caído presa de una irremediable locura al sentir que su cerebro se derretía entre palabras incomprensibles, pero él tenía algo a su favor: su inmensa curiosidad. Muy en lo profundo, siempre había deseado enfrentarse a algo capaz de plantear un verdadero reto a su vasto conocimiento, de modo que aquella tortura psicológica le provocaba más placer que sufrimiento. Gracias a dicha curiosidad innata, acrecentada al máximo por lo inexplicable del suceso, fue capaz de resistir con estoicismo durante el tiempo suficiente para regresar a la realidad sano y salvo tras concluido el insólito evento.

Lo primero que distinguió al recuperar la visión fue a Alex de pie a su lado. El muchacho estaba pálido y sudoroso, pero a grandes rasgos parecía encontrarse en mejor estado que el lánguido anciano. Este último quiso preguntarle si había visto y oído lo mismo que él, pero el noble partió a toda carrera internándose entre las ruinas que bordeaban al desfiladero. Logios se apresuró a seguir su rastro antes de perderlo de vista, lo cual le resultó muy complicado porque sus sentidos recién habían empezado a recuperarse y sus piernas apenas podían sostener su peso.

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