04: Percibir

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Uno de los principales adversarios que Alex enfrentaba al realizar trabajos en su computadora era la aplastante tentación de perderse entre las curiosidades que la red ofrecía. Como buen amante de la literatura fantástica y de ciencia ficción, su atención podía verse acaparada por casi cualquier cosa fuera de lo común, tanto si se trataba de nuevos descubrimientos científicos como de supuestos avistamientos de criaturas legendarias en diversas partes del mundo. En ese afán, podía navegar sin rumbo fijo durante horas en la red hasta que, tarde o temprano, terminaba estrellándose con algún desagradable tema relacionado al terror. Dadas las implicancias sobrenaturales de su foco de interés, todas sus aventuras virtuales concluían de esa forma, cosa que siempre le causaba tremendos disgustos.

Aquel martes en la noche, sentado ante su escritorio en medio de un mar de libros, le sucedió precisamente eso: por azares del destino, terminó naufragando en un foro de noticias paranormales. Por norma general, rehuía ese tipo de contenido a toda costa, pero su curiosidad lo forzó a darle una oportunidad al divisar el nombre de su ciudad en uno de los titulares. El artículo que había llamado su interés era muy corto y, cargado con un amarillismo menos creativo de lo que cabría esperar, no hacía más que lanzar diversas teorías inverosímiles. Giraba en torno al posible culpable del asesinato doble que había tomado lugar en los barrios bajos de Londres varios días atrás, aunque a partir de cierto punto se desviaba hacia temas de conspiraciones en la política nacional.

Tras darle un breve repaso sin descubrir nada nuevo, Alex abandonó aquella página con desgano para concentrarse de lleno en sus deberes académicos. No era para menos; estaba obligado a poner especial empeño al proyecto en pareja que debía hacer junto a Nirvana, luego del presuntuoso discurso sobre el trabajo en equipo que le había dedicado. Para su mala suerte, la susodicha había faltado a la clase que llevaban junto a su grupo más grande, por lo que Alex no había tenido la oportunidad de definir qué parte del trabajo le tocaba hacer a él.

En condiciones normales, se habría limitado a aguardar hasta la siguiente semana para hablar cara a cara con su poco asequible compañera. Aquel hubiese sido el mejor rumbo de acción, si no fuera por un pequeño inconveniente: debían enviar un avance al profesor antes de su próxima clase. Dado que Alex no confiaba en tener la suerte de encontrar casualmente a Nirvana por la universidad en el transcurso de los días, solo le restaba una última alternativa. Una a la que, sin lugar a dudas, hubiese preferido no tener que recurrir bajo ningún concepto.

Pero no podía acobardarse; entre sus principios básicos destacaba el de nunca aceptar una muerte deshonrosa sin antes luchar con garras y dientes.

Reuniendo todo su valor, tomó su celular y buscó en su lista de contactos hasta encontrar el número de su siniestra compañera. Si solo le enviaba un mensaje escrito, supuso, posiblemente ella no se dignaría a contestarlo, si acaso llegaba a leerlo. Tenía que llamarla, aunque hacerlo tampoco le aseguraba recibir una respuesta y, de conseguirlo, en el peor de los casos tendría que enfrentar su sempiterno enfado.

En un vano intento de calmarse, se dedicó a deambular por su habitación ideando posibles formas de iniciar y mantener la conversación. Tras regular su respiración y sentarse en el borde su cama, procedió a acercar su dedo índice al número con extrema lentitud, en tanto infinitas dudas le carcomían el alma. Si ya era difícil hablar con Nirvana en persona, sería el doble de complicado tener que hacerlo por medio de un aparato... ¿O acaso la lógica funcionaba al revés? Alex estaba tan angustiado que ya no podía pensar con claridad.

—¡Al! ¡Al! —exclamó repentinamente su hermana menor, ingresando a la habitación con ímpetu—. ¡Eres el único que puede ayudarme!

—Maldición, Silvie, toca la puerta antes de entrar. —El muchacho resopló, sintiendo un poco de alivio, y dejó su celular a un lado—. ¿Qué quieres?

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