05: Devorar

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Alex dejó escapar un hondo bostezo que intentó ocultar bajo la manga de su abrigo. Se encontraba en su hábitat natural de la biblioteca, en pleno combate contra un sopor que se hacía más pesado a cada segundo. La noche anterior había invertido demasiado tiempo haciendo ensayos y resumiendo sus anotaciones, al punto de recién poder ir a la cama poco antes de las tres de la mañana. Para más inri, cuando ya estaba por conciliar el sueño, su mente tuvo la brillante idea de ponerse a analizar la conversación que había mantenido con Nirvana en el centro comercial, alargando así su vigilia más de lo previsto.

Lanzó un segundo bostezo y se frotó los ojos con una mano, decidido a concentrar su aletargada atención en el libro que tenía sobre la mesa. Se trataba de un pesado volumen de socioarqueología, una lectura de lo más inusual para alguien que daba absoluta prioridad a novelas de fantasía y ciencia ficción como lo era él. Si bien era cierto que estaba escrito en un rimbombante estilo académico, había llamado su atención por la increíble cantidad de simbolismos místicos y mitológicos que su contenido abordaba. Sin embargo, incluso con lo interesante que resultaba, Alex apenas podía comprender lo que decían sus páginas por culpa del aplastante sueño que lo invadía. Dado que no tenía más clases aquella tarde, barajó la idea de volver a su casa para no terminar colapsando en público.

Se convenció por completo al hallar un capítulo dedicado de manera específica a la manifestación e interpretación simbólica del miedo en las culturas arcaicas. Sin censura alguna, se describía con lujo de detalles toda clase de monstruosidades y aberraciones que la mente humana había utilizado para explicar diversos misterios a lo largo de la historia. No dejaba de ser una lectura amena, mas Alex apenas soportó leer algunos cuantos párrafos antes de finalmente cerrar el libro con cierto grado de decepción.

Aquel escabroso tema había revivido en él la molesta sensación de estar siendo observado que lo había embargado la noche anterior. Maldijo para sus adentros, pero no pudo evitar que dicho recuerdo le generase una creciente curiosidad mezclada con adrenalina. Sabía que se trataba de una emoción irracional vinculada al instinto de supervivencia, como el de una presa capaz de presagiar la aparición inminente de un depredador. O, tal vez, como el estremecimiento que invadía a todo cazador cuando comenzaba a acercarse a un valioso objetivo.

Meneó la cabeza y se levantó de su asiento con el libro en la mano, incapaz de limpiar su mente de aquellas ideas difusas. Dejó el tomo en el lugar que le correspondía y barrió los alrededores con la mirada, sin lograr atisbar más que personas normales concentradas en leer o rebuscar en los anaqueles. Una sensación incómoda había activado sus alertas de golpe, aunque era un tanto distinta a la de la noche en el centro comercial.

Apretó la mandíbula, burlándose de sí mismo por estar tan inquieto. Todavía faltaba un par de horas antes de que el Sol se ocultara y estaba en un lugar repleto de gente, así que no tenía una excusa válida. Suspiró con pesadez, echando toda la culpa al abrumador sueño que lo tenía tomado del cuello, y decidió irse cuanto antes. No obstante, luego de dar varios pasos en dirección a la salida, algo llamó su atención con tal fuerza que lo obligó a detenerse.

O, mejor dicho, alguien llamó su atención.

Habérsela encontrado tantas veces desde que la conocía parecía demasiado extraño como para ser mera casualidad, pero no había otra explicación posible. Nirvana estaba acomodada en uno de los cubículos de lectura, haciendo uso de una computadora portátil que, al igual que su celular, era de un color rosa pálido. Si de por sí era extraño ver a alguien con una actitud como la de ella siendo parte del pacífico ambiente de la biblioteca, había otro detalle que sorprendió mucho más a Alex.

Su estilo.

Conservaba un atuendo sutilmente rudo, con pantalones vaqueros oscuros complementados por una casaca corta del mismo material y unos botines militares, pero ninguna de esas prendas iba acorde a su usual estética siniestra. Para aumentar incluso más el contraste, había cambiado su "peinado" habitual, suelto y desordenado, por uno de coletas gemelas que le caían sobre el pecho con cierto aire pueril. A pesar de todo, el gesto de su rostro seguía siendo el mismo y miraba la pantalla de su aparato como si quisiera asesinarlo cinco veces seguidas.

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