11: Desgarrar

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Para Alex, sentirse envuelto por la calidez del hogar siempre le bastaba para sacarse de encima buena parte de sus preocupaciones. Era el refugio emocional perfecto, pero, por esa misma razón, no sabía muy bien cómo reaccionar cada vez que algo alteraba el orden que regía su apacible morada. En especial cuando se trataba de un problema que estaba más allá de cualquier solución inmediata.

No había transcurrido ni una semana desde la fuga del asesino lunático y ya se hablaba de decenas de nuevos casos. Fuesen simples rumores o la pura verdad, la esencia del miedo que invadía cada rincón de la ciudad había logrado corroer la rutina de la población entera. Muchas familias, en su mayor parte de clase acomodada, habían empezado a improvisar planes de mudanza para huir del inminente peligro.

Como consecuencia de todo ello, Alex se había visto forzado a ser parte de una plática importante con sus padres. Aunque, en lugar de mantener una "conversación" propiamente dicha, su madre se había encargado de acaparar el uso de la palabra, sin ceder la oportunidad de intervenir a su esposo y a su hijo. Este último, sentado en uno de los sillones de la sala frente a los dos adultos, había preferido escuchar con atención el discurso de la mujer en tanto pensaba qué podría decir llegado su turno.

—Eso es todo, Barghest —finalizó ella, observándolo con el ceño fruncido—. Nos estaremos mudando dentro de poco tiempo. Es lo mejor antes de que esta situación llegue a perjudicarnos.

—Sin embargo... —añadió su padre, con la gélida sonrisa que lo caracterizaba—. Consideramos necesario tomar en cuenta tu opinión, Alexander. A diferencia de tu hermana, eres mayor de edad y tienes la libertad de decidir...

—No hay nada qué decidir —cortó Tarasca, clavando una mirada iracunda en su esposo—. Nos iremos en familia todos juntos. Nada ni nadie cambiará ese hecho.

El hombre meneó la cabeza, sin alterar en lo absoluto su estado de calma. Posiblemente, cualquier otra persona hubiese sido incapaz de enfrentarse a aquel par de ojos esmeralda, pero él estaba acostumbrado a lidiar con altas dosis de veneno.

—Perder otro ciclo universitario será perjudicial para él a largo plazo. Quedará en su expediente el no haber logrado graduarse por dos años consecutivos...

—¿¡Qué importan esas cosas cuando su vida puede estar en peligro!? ¡Tú solo pretendes usarlo para lo que sea que estés planeando! —Se puso de pie, con un dedo acusador señalando directamente al rostro de su marido—. ¡Cuando nos casamos me prometiste que dejarías de lado los intereses de los Hound!

—Y por la gloria de mis ancestros juro que lo he cumplido —declaró Athelstan, transformando su gesto flemático en uno de cruda seriedad—. Mis propósitos solo buscan beneficiarnos a nosotros, a nuestra familia, a nuestro futuro. Lo que deseen los Hound, los Basilisk o las otras Casas me tiene sin cuidado. —Hundió sus fríos ojos azules en los de su hijo—. Escucha, Alexander, hablo en serio cuando digo que depende de ti tomar una decisión. Espero que lo entiendas.

El aludido tragó saliva, mientras miraba de forma intercalada el rostro tenso de su padre y el colérico de su madre. Muy a su pesar, se vio obligado a también dar un rápido vistazo a un costado para observar la inconfundible silueta de Tíndalos, sentado en un rincón mal iluminado de la estancia. El enorme sabueso, tal como acostumbraba hacer cuando la situación apremiaba, estaba susurrando en medio de la oscuridad.

—Comprendo que estés preocupada, mamá —Alex reunió el valor para mirarla a los ojos—. Pero creo que preferiría quedarme aquí en Londres... —Carraspeó al notar que Tarasca pretendía rebatir—. No lo hago porque papá me lo haya pedido. Solo quiero graduarme lo antes posible para poder viajar por el país.

—Pero...

—No puedes seguir tratándolo como un niño —indicó Athelstan, restaurando su sonrisa artificial—. Ya es casi un adulto, ¿qué harás cuando decida vivir por su cuenta y formar su propia familia?

NecrópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora