27: Confrontar

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Cerca de 20 años atrás...

Durante el ataque a la ciudad de los necrópatas...


Samsara intentaba concentrarse en sortear las ruinas y escombros que se atravesaban en su apresurado avance, mas no podía quitar de su mente la imagen de Sheol y Nirvana. Incluso si sabía que los niños estaban junto a otros tipo dos y tipo tres, el haberse separado de ellos le generaba una inquietud imposible de controlar. Hubiera dado lo que fuera por continuar a su lado solo un día más, pero también era consciente de la responsabilidad que cargaba por ser una necrópata tipo uno. Su deber, tanto voluntario como instintivo, era luchar para proteger a los más débiles.

Observar los rostros de los camaradas que marchaban junto a ella le permitió recobrar la confianza. Aquel conjunto de hombres y mujeres estaba conformado por hermanos, padres y madres que habían decidido entregar sus vidas con tal de que sus seres queridos tuvieran la oportunidad de sobrevivir. Era indudable que todos llevaban a cuestas sus propias dudas e inquietudes, pero incluso así se mantenían firmes en la resolución que habían tomado. No había lugar para arrepentimientos egoístas. Solo debían seguir adelante, hasta las últimas consecuencias.

El recorrido se alargó por varios minutos, durante los cuales el número de necrópatas fue sufriendo cambios constantes. De vez en cuando tenían la suerte de encontrar supervivientes de su especie a quienes invitaban a unirse brindándoles una explicación resumida del plan. En otras ocasiones, por el contrario, algunos miembros se ofrecían voluntarios para actuar como cebo al toparse con escuadrones enemigos que les cortaban el camino. Por fortuna, lograron formar un nutrido grupo antes de alcanzar su destino final: los gigantescos portones de la entrada norte que, tal como suponían, se hallaba fuertemente resguardada.

—Ha llegado el momento —anunció el líder, quien los había comandado hasta el lugar—. No hemos venido a suicidarnos, recuérdenlo bien. El futuro de nuestras familias, de nuestra especie, depende de lo que logremos ahora. Luchen y mueran con eso en mente.

No hizo falta agregar algo más. Nadie necesitaba escuchar un discurso inspirador, recibir palabras grandilocuentes ni refugiarse en falsas esperanzas. Impulsados por los recuerdos felices que tenían junto a sus seres queridos, los necrópatas lanzaron un bramido de guerra al unísono que rasgó el aire mientras arremetían a toda velocidad. Su objetivo estaba claro: aniquilar a la mayor cantidad de soldados y herir de gravedad al resto, manteniéndose en pie de lucha el tiempo suficiente para atraer la atención de todos los agresores que pululaban por la ciudad.

El factor sorpresa jugó a su favor. El regimiento apostado frente al portón abierto estaba preparado tan solo para eliminar objetivos individuales que intentaran escapar. Nunca imaginaron que podrían sufrir un asalto por parte de un contingente dispuesto a morir peleando. Pero aquellos hombres armados eran profesionales; ni la diferencia numérica ni el salvajismo de sus adversarios bastaron para intimidarlos. Sin mostrar una pizca de miedo, levantaron sus armas al mismo tiempo y abrieron fuego a quemarropa, consiguiendo derribar a la oleada inicial de atacantes.

Los necrópatas estaban preparados para recibir una bienvenida de esa índole, de modo que los primeros en partir habían sido los más débiles. Sus cuerpos inertes repletos de agujeros y heridas sirvieron de escudos de carne para sus congéneres más fuertes, quienes lograron entablar combate directo con sus opositores. El plan prosiguió según lo previsto, al verse rodeados casi de inmediato por otros grupos de soldados que se habían dirigido al lugar tras escuchar las detonaciones.

Incluso tras perder el factor sorpresa inicial y con cada vez menor superioridad numérica, los locales pudieron hacerse con cierta ventaja. Sus enemigos contaban con potentes armas de fotones sólidos, pero, a diferencia de las que las Corporación Ethereal utilizaba, no resultaban muy efectivas contra la regeneración de los necrópatas. Estos eran capaces de soportar más de diez descargas y seguir luchando con increíble ferocidad, además de que también lograban hacerse con los rifles y ametralladoras de sus adversarios para usarlos en su contra. Eso por no mencionar que muchos desataron sus instintos antropófagos como último recurso, esparciendo un creciente pavor entre las filas enemigas.

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