09: Desafiar

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La criatura recorría la ciudad a toda prisa, amparada bajo el oscuro manto de una noche sin luna. Ya fuese galopando por estrechas callejuelas, escalando altos muros o saltando de techo en techo, no parecía haber nada capaz de frenar su avance. Mantenía sus ojos amarillentos fijos al frente, mientras que el resto de sus sentidos los reservaba para analizar los alrededores. Un hambre atroz la carcomía por dentro, sumiéndola en un sufrimiento insoportable que acrecentaba su rabia y frustración. Incluso en semejante estado, tenía claro que dejarse llevar por sus instintos sería desfavorable a largo plazo. Mantener un perfil bajo resultaba esencial para sobrevivir en un entorno tan hostil como en el que se encontraba.

Al menos, mientras no contara con el poder suficiente para perpetrar genocidios a gran escala.

Se aseguraba de evitar a toda costa cualquier zona demasiado iluminada, concentrada en encontrar una víctima a la cual devorar. No era una tarea sencilla, dado que sus presas predilectas, los seres humanos, se habían tornado demasiado precavidos, especialmente durante noches tan sombrías como aquella. Ya no andaban solos ni en parejas, sino que preferían movilizarse en grupos o, en su defecto, ampararse en las iluminadas y concurridas calles principales.

Conforme más tiempo pasaba, la criatura sentía con mayor fuerza la creciente tentación de atacar a alguno de esos conjuntos para satisfacer su apetito y, de paso, obtener alimento de reserva. Si bien era una medida extrema que implicaba grandes riesgos, pronto le sería imposible seguir subsistiendo en base al consumo de simples animales inferiores. Si aquella noche concluía sin darle la oportunidad de concretar su cacería, entonces no le quedaría más que sacrificar toda discreción con tal de hacerse con una presa humana.

De improviso, al aterrizar sobre el techo de un alto edificio, frenó al advertir un peculiar aroma que había llegado a sus fosas nasales. Se puso en alerta máxima; la entidad que lo estaba emitiendo pululaba por los alrededores, mas no era posible determinar con claridad su naturaleza ni tampoco sus intenciones. En total silencio, la criatura nocturna comenzó a descender lentamente por la pared de la estructura, dispuesta a guarecerse en la seguridad de la penumbra hasta que el potencial peligro se disipase. En medio de su acción, distinguió otra fragancia un poco más tenue, una que le hizo salivar con desesperación: el de la presa que tanto ansiaba.

Decidió ignorar el primer olor y se apresuró a seguir el rastro de su posible cena. Le tomó poco tiempo llegar a una de las zonas marginales de la ciudad, en donde pudo distinguir a su objetivo: una joven mujer sentada en una minúscula parada de autobús. La susodicha no dejaba de mirar a todos lados, mientras se alisaba el cabello con sus manos temblorosas. Si la noche y la soledad no resultaban suficientes para alimentar su temor, tenía la mala suerte de hallarse frente a una casona abandonada que apenas se sostenía en pie. Tampoco le tranquilizaba mucho ver que al otro lado de la carretera se erigía la obra paralizada de lo que, en algún futuro lejano, tal vez llegaría a ser una imponente edificación. Sin lugar a dudas, la desdichada mujer se encontraba completamente aislada.

Ante semejante golpe de suerte, la criatura de ojos amarillos se posicionó sin perder tiempo en el techo de la ruinosa casa, desde donde podía acechar a su víctima sin ser vista. Apenas podía controlar su sed de sangre, mas antes de lanzarse al ataque necesitaba planear bien cada uno de sus movimientos. Calculó que no le costaría más de cinco segundos cumplir su cometido: saltar al cuello de su presa, sorber sus líquidos vitales y guardar su cabeza para consumir el cerebro más tarde.

Entonces, en el preciso instante en el que se disponía a actuar, el aroma amenazante que había sentido momentos antes volvió a disparar todas sus alertas. La criatura dio un vistazo al esqueleto del edificio en construcción y, a pesar de la considerable distancia que los separaba, fue capaz de distinguir una difusa silueta oculta entre las sombras. Incluso sin contar con alguna prueba fehaciente además de su instinto, no le cabía duda de que aquel extraño tenía toda su atención puesta en ella. Dado lo inusitado del caso, también le resultó sencillo adivinar que no se trataba de un ser humano. Por lo menos, no de uno común y corriente.

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