15: Fraguar

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Cerca de 20 años atrás...


Profusas llamas se dispersaban por cada rincón de aquella ciudad ruinosa, devorando y reduciendo a cenizas todo cuanto hallaban a su paso. El entorno estaba sobrecargado de alaridos, disparos y explosiones, cuya disonante amalgama se fundía en un coro de proporciones demenciales. Como escabroso detalle final, un acre olor a carne chamuscada había quedado impregnado en cada trozo de roca, pedazo de metal y resto carbonizado que se podía hallar en la zona. Si algún insensato hubiera tenido la desgracia que arribar al lugar con poca idea de lo qué sucedía, sin duda alguna habría descrito su experiencia como una visita al mismísimo infierno.

A pesar de tan turbulento panorama, un apacible anciano vestido con una túnica dorada marchaba por las calles devastadas sin expresar la más mínima preocupación. Sus largos cabellos blancos bailaban al son del viento pestilente, entremezclándose con las hebras de su poblada barba, mas él no se molestaba en apartar los mechones que llegaban a cubrirle los ojos. Al fin y al cabo, su mirada lechosa dejaba en claro que no contaba con el sentido de la vista, aunque el ritmo constante de su caminata y sus pasos firmes eran prueba de que disponía de métodos poco convencionales para ubicarse en el espacio.

Luego de recorrer un buen trecho bajo la mortecina luz del crepúsculo, frenó de golpe al llegar a lo que, en el pasado, debió haber sido una elegante plaza, mas en esos momentos solo podía ser descrita como una caótica encrucijada de caminos. El anciano extrajo un báculo color crema del interior de su túnica y lo usó para apoyarse en un escombro cercano, como si hubiese decidido tomar un breve descanso. Transcurridos unos pocos segundos, eligió la vía que se dirigía al oeste y prosiguió la marcha sin volver a rozar el suelo con su cayado. El terreno de aquel sendero resultaba muy complicado de atravesar por los innumerables baches y cráteres que lo tapizaban, pero el barbudo continuó avanzando a buena velocidad hasta terminar encontrándose con un individuo que se hallaba de pie frente a un edificio derrumbado.

Aquel nuevo personaje portaba una pesada servoarmadura de cuerpo completo, adornada con el símbolo de un ojo rojo sobre una cruz negra a la altura del pecho. El conjunto parecía estar constituido de metal plastificado de tono oscuro, aunque un leve matiz iridiscente brotaba de su superficie según la dirección de las luces que reflejaba. El casco que lo complementaba era de uso táctico con un sistema integrado de máscara antigás y, cuando su portador usó una de sus manos enguantadas para presionar un botón que lo retrajo por completo, reveló que se trataba de una mujer. Resultaba difícil calcular su edad exacta dado el contraste entre sus rasgos finos con las antiguas cicatrices que marcaban su piel aceitunada, pudiendo rondar entre los treinta a cincuenta años. Parte de su cabello color ébano estaba recogido en una corta trenza que le caía sobre un hombro, mientras que el resto lo tenía cortado casi al ras. Incluso tomando en cuenta su impactante estética general, su característica más resaltante se concentraba en sus ojos: el izquierdo poseía un iris tan negro como su pupila, mientras que el derecho era directamente un globo de oscuridad total.

—Mi querida señora, aunque no pueda verla, créame cuando le digo que me honra estar ante su presencia —pronunció el anciano de la túnica dorada, haciendo una leve inclinación de cabeza tras detenerse a una distancia prudente—. Este encuentro casual luego de tantos años de contacto perdido ha de ser obra del destino...

—Sigues hablando más de lo necesario, de casual no tiene nada. Estás aquí porque tu gente interceptó nuestras comunicaciones codificadas para reunir datos de esta operación. —La mujer lo miró de soslayo, sin modificar su gesto adusto—. ¿Logios y Ethios siguen con vida?

—Como su madre, debería usted tener como prioridad el descubrirlo por cuenta propia. Supongo que aquellos que ignoran la bendición de la muerte piensan y actúan de manera incomprensible, así que no seré yo quien se tome el derecho de juzgarla.

NecrópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora