08: Familiarizar

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—Entonces, eso es todo por hoy —concluyó el profesor, con el tono malhumorado que lo caracterizaba—. Pueden retirarse. No se olviden de entregar los avances antes del viernes.

Alex dejó escapar un largo bostezo mientras se dedicaba a guardar sus cosas. Había vuelto a cometer la insensatez de dormir demasiado tarde y ya sentía los estragos del sueño pasándole factura. Lo único que deseaba en aquellos momentos era ir directamente a su casa para descansar un buen rato, pero antes consideró la tentadora idea de darse una vuelta "rápida" por la biblioteca. Quería avanzar las lecturas que tenía pendientes, aunque también tenía la intención de buscar a Nirvana, quien no había asistido a la clase que acababa de finalizar.

—Hola, Alexander, ¿tienes un rato para hablar?

El aludido volteó para descubrir que Gregory, el autoimpuesto líder de su grupo de trabajo, se había aproximado a él esbozando una brillante sonrisa. Sin ninguna excusa válida para sacárselo de encima, Alex tuvo que poner un gran esfuerzo en no denotar una mueca de irritación ni chasquear la lengua. Nunca había sentido mucho aprecio por las personas que parecían estar eternamente felices; le daba la sensación de que escondían sus verdaderas intenciones hasta tener la oportunidad de rebanarle el cuello a su ingenuo objetivo. Aunque como lo mismo se podía decir de él, se limitó a asentir con desgano y siguió a su compañero a la mesa donde se encontraban los otros tres miembros del equipo.

Aquella improvisada reunión tenía como fin decidir qué iban a hacer con Nirvana. Tal como el joven Hound había venido sospechando desde hacía ya un buen tiempo, los demás consideraban que la siniestra rubia representaba una carga inútil para todo el grupo. Si bien nunca habían intentado conversar con ella de forma clara, estaban convencidos de que la mejor solución era pedirle al profesor que les permitiera dejarla fuera. Según ellos, su desinterés por el proyecto y sus constantes inasistencias, tanto a las clases como a las reuniones, eran motivos suficientes para imponer semejante condena.

Fiel a sus principios, Alex rebatió a capa y espada arguyendo que Nirvana había cumplido las secciones que le habían asignado, lo que había podido constatar al haber trabajado junto a ella. Aunque sus argumentos eran tan sólidos como la situación permitía, no resultaron suficientes para afrontar las infundadas quejas del resto. Incluso se atrevieron a advertirle que no intentara impedir la expulsión de la chica o, de lo contrario, también se vería implicado. Él se negó a dar su brazo a torcer en aras del honor, pero tuvo que resignarse a aceptar que era fútil discutir contra el poder de la masa.

Alex se retiró del salón, derrotado, incapaz de impedir que sus insidiosos compañeros expusieran el caso ante el profesor. A pesar de todo, consideró que aún podía pensar en alguna forma de solucionar el problema. No se trataba de un banal deseo por rendir tributo a su educación caballeresca o un intento de actuar como un héroe virtuoso, sino que realmente ansiaba proteger a Nirvana. Si bien ignoraba las razones que la habían llevado a asumir una actitud hostil frente a la sociedad, estaba claro que no merecía verse marginada solo por su personalidad retraída. Asimismo, también le salía rentable contar con la excusa del proyecto en grupo para poder mantenerla cerca y vigilada.

El primer paso obvio era dar aviso a la afectada para que pudiesen idear una solución en conjunto. Tomó su celular, pero titubeó mientras buscaba su número en la lista de contactos. Hasta el momento, los mensajes que habían intercambiado y las llamadas que le había hecho habían estado reservados únicamente para temas académicos. No tenía claro cómo abordar el problema que había surgido, mas sabía que era imperioso informárselo cuanto antes. Se le ocurrió que primero le hablaría del libro de arqueología procesual que no había llegado a mostrarle y luego le preguntaría si podían verse en persona para decirle lo que había pasado.

—Hola, ¿me estabas buscando?

El muchacho volteó y se topó con que Nirvana lo estaba observando con un gesto de curiosidad en el rostro. Ni siquiera había llegado a encontrar su número, de modo que aquel encuentro "fortuito" lo mantuvo enmudecido durante un par de segundos.

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