Prólogo.

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***

Recubierta de fragmentos cristalinos parecidos a diamantes blancos con una pureza que desprendía una luz brillante muy acogedora, percibió las voces que resonaban en el espacio blanco.

A pesar de la belleza que provocaría lágrimas en cualquiera que se dignara a llamarse artista; la fetidez, ruido y caos de emociones y sentimientos oscuros, borraba de inmediato la idea de querer permanecer en ese lugar.

Dicha, amor y satisfacción vuelto en dolor odio y venganza.

Su cuerpo sentía las náuseas subir desde su estómago y estacionarse en su garganta.

Tragándose la bilis amarga, se cubrió los oídos con sus manos esperando desprenderse de esa fuente del horror, corrió en la dirección contraria.

Freno en seco por la aparición de más fragmentos cristalinos formando una pared, daba un paso y estos se encajaban en su piel provocando un corte. Antes de poder reír de la ridiculez de su situación, los brillantes fragmentos aumentaron su luz. Rápidamente se cubrió el rostro con sus manos, cerrando con fuerza lo ojos, impidiendo que esa intensidad le quemara las retinas.

La luz se tragó la morbosa oscuridad, dejando escucharse una sola voz de armoniosa acústica.

—Mi niña, finalmente has regresado. Donde vayas, será tu destino. Donde desee estar, será tu destino. Aquella que sigue el destino Jieun Grasper.

Sintió su piel ser quemada, trozos de carne separándose del hueso. Ardía en una absoluta tortura, sin embargo, no cedió ni un ápice, tampoco rogo por misericordia.

Porque, si lo hacía, entonces...

Estaría de acuerdo con las palabras dichas por la voz armoniosa.

¡Y de ninguna manera lo permitiría!

Colocando un último esfuerzo, apenas separando sus brazos para formar una hendidura e intentando ver la figura que se escondía entre las parpadeantes luces, sintió

su cuerpo ceder a la gravedad, el olor a carne quemada en sus fosas nasales. Sonrió ladinamente, cerrando sus ojos, permitiéndose caer al vacío.

—Falle —Susurró.

Una enorme oscuridad termino tragándola.

***

Se levantó bruscamente.

La suave brisa apenas hacia algo por apaciguar el latir salvaje en su corazón, tomó profundas respiraciones, moviendo sus manos por cada rincón de su cuerpo verificando el grado de lesión y cuanto tardarían en ser tratadas al volver a casa.

Sorprendentemente no había ni una marca o gota de sangre. La tela en sus mangas de tres cuartos seguían igual de lisas, su piel de una tonalidad clara ahora un poco bronceada por los rayos del sol que se filtraban entre las ramas del árbol.

Gruñó, apretando sus dientes y pasándose las manos por entre el flequillo azul cielo cayendo en su frente. Movió el rostro de un lado a otro causando que sus despampanantes coletas onduladas se despeinaran más y cayeran las hojas verdes enredadas en sus rizos.

Había decidido salir de la comodidad ofrecida por los sillones de la biblioteca para leer sin interrupción los textos históricos regalados por su abuelo.

Cada día que se proponía en comenzar el volumen uno entrarían sus dos hermanos a distraerla, aprovechándose de su afecto por ambos, se excusarían con una nueva absurda competencia de comer pasteles.

Maldecía el momento en que los tres heredaron el gusto por los dulces y su impulsiva competitividad que solo les conducía a las reprimendas de su madre y escuchar las estruendosas risas de su padre.

Sin amor - Ruta alterna CarseinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora