Capítulo 2. Los dados vuelven a lanzarse. (2)

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O, siendo específicos, durmiendo abrazado al cuerpo de la joven durmiente y ajena a este hecho, que suponía mantener bajo una estricta vigilancia al no confiar en ella y

dudar de su misma sombra. En algún momento, la luz del sol se filtró perfectamente por la cortina entre abierta del coche y al subir por alguna parte alta del camino o con un giro, esa luz dio al rostro de la joven albina, obligándola a salir de su pequeña siesta a manera de evitar largas e incomodos silencios, aderezados con uno que otro insulto o malas comparativa de su persona.

Grande fue la sorpresa de la joven albina al sentir una suavidad de tela pero la firmeza de un algo en que apoyaba su cabeza y finalmente un toque tibio que la mantenía en su lugar, cuidando de esta forma que no cayera hacia adelante por los movimientos inconsistentes del coche.

Al abandonar esta comodidad no solicitada y enderezar su postura en el asiento del coche, obtuvo una doble gran sorpresa. Sin pensarlo, quitó el brazo que rodeaba protectoramente su hombro, empujando con toda su fuerza el pesado cuerpo que se cernía sobre ella, ocasionando que Carsein se deslizara por el asiento, terminando con su cara recargada contra su clavícula y parte del pecho.

Intentó empujarlo nuevamente, fallando en repetidas ocasiones, sumando a la inestabilidad durmiente del pelirrojo que luchaba por una mejor posición y restregaba su cara contra las sedosas telas de su ropa. Era molesto más que bochornoso, podía soportar ser una invitada indeseada, la paria de la sociedad misma, todo tipo de insultos que se les ocurriera a los nobles e incluso los fríos ojos de aquel que considero el amor de su vida, sin olvidar a aquella con quien fue comparada a cada momento... ¡Ahora!

Ella se había convertido en un bonito accesorio de decoración para la comodidad de una persona, no cualquier persona, el preciado amigo de Aristia, el reconocido y aclamado mejor espadachín del Imperio, Sir Carsein de Rass. Apretó con fuerza sus dientes, escuchando el traqueteo de estos en el interior de su boca. ¿Qué tanta fuerza necesitaría para romperlos?, el pensamiento presentaba un reto en sí mismo, sin embargo, se abstuvo de encontrar la respuesta. Quedar desprovista de dentadura en un mundo con poca tecnología, avances médicos y bendiciones que solo reciben aquellos en el escalón superior del poder, era un perder – perder.

Tras una prolongada respiración, conteos mentales hasta el diez y distraerse con la pésima entonación musical del conductor, eligió una simple manera de traer al dormilón a la realidad.

Golpearlo en la cara con las palmas abiertas, ese método fallo.

Procedió a jalarle las mejillas, otro método descartado.

Iba a pasar por el jaloneo de sus brazos o tirarlo al suelo del coche, hasta que escucho al pelirrojo hablar entre sueños, frunciendo el entrecejo y agitando sus brazos como si quisiera sujetar algo.

Una malévola sonrisa se extendió por la adorable cara de la mujer albina. Con sus mejores intenciones despertaría al caballero, dado, que ambos no están comprometidos, tampoco su relación es estrecha y ciertamente son algo más que meros conocidos. Porque compartir ese tipo de cercanía, seguramente generaría extraños rumores.

—El hijo menor de la familia Rass, enamorado de la hija bendita de Dios. Je, je, je. —Picoteo la mejilla de Carsein —O... ¿Una manera de vengarse de Ruveliss al quitarle a la mujer amada, Lady Aristia? —Pasó lentamente sus dedos por la mejilla, levantando algunos mechones rojos en el camino. —Chismes de lo más exagerados e interesantes. Una lástima que no haya tiempo de jugar con ninguno de ellos. —Rio traviesamente, palmeando el rostro de Carsein sacándole otro ceño fruncido. —En fin, aliviemos el pesar de este pobre hombre enamorado, que sueña ser el caballero de brillante armadura.

Sin amor - Ruta alterna CarseinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora