Capítulo 7. Sobrevivir es apoyarse en conjunto. (3)

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[Cuatro meses antes...]

La fina daga del color de la obsidiana chorreaba sangre desde el mango hasta la punta. El hombre con capucha escupió sobre el cuerpo del cochero y lo pateo.

Un insignificante plebeyo con un trabajo patético se atrevió a luchar en su contra como si fuera una especie de héroe. Bastante divertido, salvo por el puñetazo que le propino, aún podía sentir el sabor a metal dentro de su boca y el diente flojo.

—Basura. —Asestó otra patada al cadáver del cochero.

Sus gritos de dolor se obstaculizaron por la sangre alojada en su garganta y esa mirada decidida a detenerlo como si fuera posible.

Además, esa absurda declaración de proteger a la santa. ¿Se refería a la mujer que traición al Duque Jena?

—Un pobre infeliz que no sabía nada. —Le propinó una última patada haciendo girar el cuerpo.

Sus dos compañeros se acercaron, sus dagas desenvainadas y las telas de sus capas con manchas de sangre eran la muestra de un trabajo terminado.

Sin embargo, era la sangre de los caballos que estuvieron relinchando en el momento de atacar al cochero.

Mientras el primero de ellos se encargaba del hombre que intentó huir, los otros dos mataron a los caballos e inspeccionaron el interior del coche.

Ni una señal de la mujer traidora.

Solo maletas con ropa y artículos personales.

—¿Dónde se metieron? —Preguntó el tercer encapuchado.

—Tenemos que acabar esto pronto. El grupo de guardias de la familia Rass, viene por detrás. —Recordó el segundo.

—Podrían callarse los dos. ¡Ya lo sé! —Alzó la voz el primero, desquitándose contra el cuerpo del cochero al que le clavo la espada que portaba en su cadera. Tras una exhalación, hizo un gran corte a lo largo del estomaga hasta el pecho, el sonido de la carne y los órganos mando escalofríos por los hombros de los otros dos. —No deben estar lejos. Seguro que no.

Sus dos compañeros intercambiaron miradas, asintiendo. Cada uno desapareció por un lado distinto, dejando solo al primer asesino.

Solo sus ojos descubiertos mostraban su implacable sed de sangre. Agitó la espada, retirando la sangre y pedazos de carne en la hoja, devolviendo el arma a su funda, comenzó a caminar.

—Sal, sal... pequeña rata inmunda. Sal, sal... niña de la bendición de Dios.

Tarareó, adentrándose en la espesura del bosque.

***

Con la sutileza de la percepción auditiva conseguida por su entrenamiento diario con la espada y el leve olor de la sangre viajando por el viento. Carsein reconoció el peligro de la situación.

Suprimió la sorpresa y el enojo de ser descubiertos fácilmente. Quienes fueran los encargados de llevar a cabo un trabajo de esa naturaleza tenía que conocer el plan de intercambio y horario de salida establecido desde la residencia de su familia.

No podía determinar con exactitud el número de personas salvo que sus presencias emanaban un fuerte olor a muerte. Intento calmarse, reconsiderando la situación y su posición.

El coche junto a los caballos, sus pertenencias y un único conductor estaban al otro lado, una diferencia de veinte metros o más. Los caballeros les seguían con una considerable distancia de al menos un día, no, medio día, por la mañana que se levantaran encontrarían un punto medio.

Sin amor - Ruta alterna CarseinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora