Extra 10. Reunión con el Emperador. (4)

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Gradis estaba pegado al vidrio de la ventana mirando el jardín interior con innumerables ejemplares coloridos de flores, podía escuchar sus pequeños susurros al nombrar cada una y señalando sus peculiaridades. Gianella acompañaba a su hermano sentada en el suelo hojeando uno de los libros disponibles en la modesta estantería decorativa, estando bastante fascinada con su contendió. Sólo esperaba que Zen verificara si era apto para su edad antes de dejarlo en sus manos.

Deshaciéndose de la postura recta en su espalda, Jieun se derrumbó sobre el primero de los dos sillones dispuestos con una mesa baja en el centro. Estiro sus piernas, quitándose los zapatos de tacón de sus pies y subiéndolos sin vergüenza a la mesa, recargó su cabeza contra el mullido respaldo del sillón, cerrando sus ojos. Este sería el único descanso decente que disfrutaría mientras se encontrara dentro de los límites del Imperio, antes de que su presencia y la de sus hijos fuese de conocimiento público para sus <suegros> y su <cuñado>, la comisura de su labios se alzó en una sonrisa cansada. Estuvo resistiendo para mantenerse tranquila durante el viaje en carruaje, al descender, conversar un instante con Zen y despedirse de Carsein para que atendiera sus asuntos. ¿Por qué de repente se sentía tan insegura?

—¡Hermano! Este es un libro de historia exclusivo de Castina.

—¿Y qué opinas de las flores de afuera? Podría tomar unas cuantas semillas para plantar en el invernadero.

Las animadas voces de sus hijos la distrajeron, recordándole la razón de aceptar este absurdo viaje orquestado por la Reina.

—Ellos sí que se divierten, ¿no? —Dijo Zen, sentándose frente a Jieun, imitando su postura al subir sus pies a la mesa del centro. —Esa curiosidad innata e inocencia por su edad es algo digno de preservar. —Sonrió, cruzándose de brazos y mirando a los gemelos tan entretenidos, ajenos a su entorno. Para ellos, esto era un simple viaje de trabajo combinado a unas vacaciones sorpresa, fuera de eso, cualquier otra preocupación era innecesaria. Y Zen, junto a los padres de los niños, se asegurarían de aquí si fuera hasta el final de ese viaje.

—Son cómo su padre. —Dijo Jieun, tratando de desviar el tema de sus inquietudes personales. —Algo llama su atención y actúan en consecuencia, sin considerar el entorno o las personas.

—¿Sugieres que él es infantil? ¿O está al mismo nivel que un niño?

—¿Habría alguna diferencia?

—Hmm... Supongo que no. —Se encogió de hombros, haciendo girar un pequeño remolino de viento que envió por la puerta a través de la hendidura del cerrojo. Un chillido y un grito sonaron, segundo después dos sirvientas con las caras rojas entraron sin llamar a la puerta. Jieun que giró el cuello para verlas, volvió su vista hacia Zen que prestaba atención a la conversación entre los gemelos. Ella entrecerró los ojos con sospecha. Dejó caer sus pies contra el suelo, ocultándolos tras el largo de la falda junto a los tacones.

Las sirvientas avanzaron con el carrito de postres y el té en total silencio manteniendo sus cabezas bajas en todo momento. Los platos, cubiertos, tazas, y tetera; más una bandeja circular de tres pisos y una charola recubierta de pasteles pequeños y galletas se dejaron en la mesa. Una reverencia corta al dar por terminado su trabajo y salieron volando, cerrando de golpe la puerta.

Gradis y Gianella saltaron en sus lugares ante el estruendoso sonido, mirando con interrogativa hacia los sillones ocupados por su madre y Zen. El de cabello rosa les obsequio una sonrisa calmada, mostrándoles un plato llenó de galletas.

—¡MERIENDA! —Aclamaron en coro, moviéndose como un pequeño torbellino, se arrodillaron frente a la mesa, sus ojos negros brillando con pequeñas estrellas, una línea de saliva deslizándose por su boca.

Sin amor - Ruta alterna CarseinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora