Capítulo 6. Sobrevivir es apoyarse en conjunto. (2)

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—¡Ahg!, ¡Suéltame!, ¡Suéltame!

Gritó alterado el hombre de cabellos rojos medio recostado en una cama improvisada hecha de una variedad de hojas silvestres y capas de telas limpias y frescas. Sus movimientos violentos, ocasionaron que las heridas recién curadas y vendadas sangraran nuevamente.

—Mantenlo quieto. —Dijo una persona de espaldas al paciente, sus cabellos verdes oscuros rizados saltaban graciosamente al mirar por encima de su hombro.

Sus ropas eran un conjunto inusual para cualquier persona del continente, una blusa de color verde brillante con diseños florales que le llega a las rodillas y atada por un cinturón justo debajo de su busto, pantalones esponjados que se cerraban en sus tobillos con una cintilla y zapatos sin detalles brillantes.

—Es fácil decirlo que hacerlo, ¿Sabes? —Le respondió otra persona, resoplando los mechones de cabello rosado claro que caían en su frente.

Una diminuta cola de cabello atada al nivel de su nuca se agito de un lado a otro en negación. También portaba ropas extrañas, una camisa blanca remangada, con botones decorativos en el pecho, un cinturón de algún hilo bastante grueso y pantalones que se pegaban a sus piernas, llevaba el mismo tipo de zapatos que la de cabellos verdes rizados.

Una estruendosa risa provino de la persona de cabellos rizados.

—Por eso eres el encargado de atender a los enfermos y heridos. —Le recordó con gran regocijo, levantando un cuenco con una sustancia morada espesa, giró para mirarle de frente —Te ofreciste como mi asistente, ¿O se te olvido, Zen?

Zen resopló, aplicando más fuerza en los hombros del hombre herido.

—Fuerte y claro. Maestra Liver.

—Jo, jo, jo. El mejor estudiante. —Levanto el pulgar, dejando el cuenco de barro en la mesa. — Ahora... ¡Atalo de nuevo con los grilletes!

—Entendido.

—Y que su espalda quede hacia arriba.

—Si. Maestra Liver. —Agregó presión en uno de los hombros, causando un grito de dolor en el hombre para distraerlo.

Aprovechó su entumecimiento temporal, yendo por los grilletes dejados por encima de la cabeza del hombre.

Arrastró las largas cadenas hasta sus muñecas, cerrándolas con los grilletes.

Volvió a presionar el hombro, liberando al hombre de ese dolor momentáneo y levantando sus brazos por encima de su cabeza arrastrándolos con la ayuda de las cadenas, dio tres vueltas y sujetó las cadenas contra un clavo de metal conectado al suelo.

Repitió el procedimiento con los tobillos, inmovilizó una de sus piernas, usando el dolor como distracción y atándolo con los grilletes, las cadenas se pasaron por el otro clavo. Finalmente, devolvió la movilidad a sus piernas.

El hombre lloro lágrimas de frustración, dada su incómoda posición solo podía apoyar su frente contra las telas o ladear su rostro.

—¡Bien hecho, Zen!

—De nada. —Limpió las palmas de sus manos, satisfecho de su trabajo. —¿Le cambio las vendas de nuevo? —Señaló la espalda con los vendajes blancos vueltos rojos por la lucha innecesaria.

—Por supuesto. Toma. —Le entregó el cuenco con el potaje de sospechosa consistencia y una caja con nuevas vendas. —Pon el ungüento en su herida otra vez. Lo dejaremos reposar tres horas y después que beba el purgante. Un veneno tan potente es fácilmente asimilado por el cuerpo, pero, si lo vomita regularmente, obligaremos a su cuerpo a no procesarlo. —Explicó Liver, pasando por matraces una sustancia negra con brillos purpuras. —¿Cuánto llevamos con el procedimiento?

Sin amor - Ruta alterna CarseinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora