🍬 Capítulo 12

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Probablemente, la primera vez que sentí cómo me dominaba la ansiedad, fue a los siete años

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Probablemente, la primera vez que sentí cómo me dominaba la ansiedad, fue a los siete años.

Estábamos en una campaña de vacunación contra la gripe que circulaba en esa época. Los profesores nos formaron en una larga fila fuera de la enfermería, de la manera más típica en que lo hacen en esa edad: por estatura. Como siempre fui más alta que el promedio, era normal que yo estaba en el grupo casi al final de la fila, por lo que calculaba que había unos quince compañeros antes de mí.

Tener que ver como cada uno de ellos entraba a la enfermería y salían con diferentes reacciones, hizo que el resto del grupo se agitara. Algunos lloraban, gemían en silencio, y otros, como yo, solo estaban callados imaginando lo terrible y doloroso que sería recibir un pinchazo de aquella vacuna del demonio.

Me dolía el estómago con cada paso que me acercaba a la puerta de la enfermería. Sentí náuseas, ganas de vomitar y me temblaba todo el cuerpo sin poder controlarlo. Pero como la chica valiente y resuelta que siempre fui, me guardé todo eso para que no vieran lo asustada que estaba.

Cuando al fin llegó mi turno, caminé hasta la silla que me indicó la enfermera, tambaleando un poco de puro nerviosismo. Me temblaban las manos cuando descubrí mi brazo para recibir la aguja, seguí las instrucciones de la mujer y aparté la mirada con los ojos cerrados cuando la jeringa se acercaba.

—Ya está.

Fruncí el ceño mientras observaba el algodón pegado a mi piel, sin entender cómo había pasado si no sentí nada. Hasta ese momento, había sufrido caídas, golpes y herida mucho peores, pero en mi mente, creí que esto sería lo más doloroso que sentiría en mi vida.

Justo antes de subir al panel, volví a ser esa niña de siete años que se imagina que todas las cosas terribles van a pasar justo en ese momento, pero cuando llegó mi turno, nada ocurrió.

Hice mi exposición con soltura. Mi voz, mi cuerpo y mi mente estaba entrenada en modo automático para hacer esta presentación, así que prácticamente no tuve que pensar. Respondí preguntas con confianza e incluso hice un chiste que hizo reír a la audiencia y relajar un poco el ambiente. Así que fue que supe que me estaban escuchando y eso me alegró.

Al final, tu mente será quien más te sabotea.

Los aplausos me sacaron del pequeño trance en el que había entrado mientras hablaba. Busqué a Ryder entre la multitud y sonreí al verlo aplaudir con una enorme sonrisa de orgullo.

(...)

Una vez superado uno de los obstáculos de este viaje —la exposición en el panel— ya estaba más tranquila y en el brunch previo al almuerzo, el estómago me rugía pidiendo toda la comida que no pude ingerir a la hora del desayuno.

—Te dije que todo saldría bien —dijo, ofreciendo un coctel sour. Chocó su copa con la mía, sonriendo con la mirada—. Por ti, querida Belladona. Te espera un futuro brillante.

El más dulce de mis errores©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora