Probablemente, los enloquecedores besos de Cameron lograron fundir mi cerebro, al punto de perder todas mis capacidades cognitivas, porque el murmullo que salía de los altavoces no tenía ningún sentido para mí.
Pero al menos, me despertó.
Estaba recostada en el asiento del avión, acurrucada de manera incómoda con el cinturón de seguridad, molestándome, pero con Cameron durmiendo tranquilamente pegado a mi espalda.
Su mano estaba por debajo de la camiseta, peligrosamente cerca de mi seno izquierdo.
Me removí un poco en mi posición para acomodarme, hasta que las palabras de los altoparlantes se hicieron más comprensibles.
Estábamos preparándonos para aterrizar.
—Cameron. Cameron —llamé en susurros—. Vamos a aterrizar.
Abrió los ojos con lentitud, algo confundido.
—Buenos días —saludé.
—Buenos días.
Se arregló el cabello, mientras se acomodaba en el asiento y buscaba el botón para volver a la posición correcta. Una sobrecargo pasó golpeando las cabinas para despertarnos y asegurarse que todo estaba preparado para el aterrizaje.
—Preferiría seguir dormido mientras aterrizamos —murmuró Cameron. Llevándose una mano al puente de la nariz.
El avión tocó tierra a eso de las tres de la mañana del sábado, por lo que en el aeropuerto todo estaba muy tranquilo y silencioso. Esperamos nuestras maletas con paciencia y caminamos juntos hacia la salida, con un Jet lag tan potente que hasta mantener una conversación era un gran esfuerzo.
No acercamos a uno de los taxis autorizados al final de la fila de vehículos que esperaban. Mientras el conductor guardaba las maletas, preguntó la dirección y ambos nos quedamos en silencio.
Nos observamos por tanto tiempo que el joven ya tenía todo acomodado y esperaba nuestra instrucción.
—Jade. Son casi las tres de la mañana. ¿Te parece si vamos a mi casa y mañana te llevo a la tuya? Así estaremos más descansados.
Lo miré a los ojos.
Bajo el foco brillante de las luces exteriores del aeropuerto, me permití observarlo en detalle. Sus ojos color caramelo me observaban, atentos a mi respuesta; la barba en crecimiento lo hacía parecer un poco descuidado, pero con un aspecto desenfadado; su mandíbula tensa.
Estaba nervioso. Ansioso. Cohibido. Anhelante.
Toda una mezcla de emociones que brillaban en cada gesto de su cuerpo.
Ir a su casa era una clara invitación a continuar lo que empezamos el viernes por la noche y no pudimos concretar en el avión. Pero ya no estábamos en Londres ni tampoco a kilómetros de altura. Ya no éramos esas personas. No éramos solo Jade y Cameron.
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El más dulce de mis errores©
RomanceJade Bell es una joven cuyo único objetivo en la vida es lograr obtener la confianza de su jefe y representar a la empresa en un importante viaje de negocios en Londres. Sin embargo, las oportunidades no siempre llegan como se esperan, y para su des...