🍬 Capítulo 8

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Probablemente, el cielo nublado de Londres presagiaba un día difícil y la mejor decisión sería quedarse en el hotel, disfrutando de las instalaciones para evitar pasar un mal rato

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Probablemente, el cielo nublado de Londres presagiaba un día difícil y la mejor decisión sería quedarse en el hotel, disfrutando de las instalaciones para evitar pasar un mal rato.

Pero hay cosas que pasan una sola vez en la vida, y viajar hasta acá, al otro lado del planeta, era una de esas. Unas cuantas nubes no iban a detenerme.

Me vestí con algo abrigado y cómodo pero con estilo. Aproveché las bajas temperaturas para ponerme uno de mis sweaters largos que usaba como vestido de invierno. Amaba los vestidos, pero no eran muchas las ocasiones en que los usaba por la cantidad de obscenidades que tenía que oír en la calle.

Envié un mensaje a Ryder para desayunar juntos, sin embargo, después de un café, un par de tostadas y unos pasteles de chocolate con mermelada de berries, mi compañero de viaje nunca apareció.

Tomé algunas cosas de contrabando del buffet y subí a su habitación por si se había quedado dormido. Golpeé un par de veces antes de reparar en el letrero de «no molestar» que colgaba de la manilla, advirtiendo justo lo que se leía. Me aclaré la garganta y pegué mi oído a la puerta. ¿Estaría con alguien? ¿Con alguna otra turista o alguien del hotel?

Di un respingo cuando la puerta se abrió de golpe.

—¡Ryder! —chillé.

Su rostro se contrajo en una mueca de dolor.

—¿Qué hacías?

—Creí que... —Sacudí la cabeza—. No importa. Te estuve esperando para desayunar.

—Lo siento, no vi el mensaje.

Dio media vuelta y caminó hasta la cama, con una mano en su cabeza. Entré, con algo de recelo y cerré la puerta tras de mí. Ryder se dejó caer en el colchón con todo el peso de su cuerpo.

Iba vestido solo con un pantalón de deporte oscuro y una camiseta interior de color blanco. No diré que me entretuve más de la cuenta mirando los tatuajes que decoraban la parte alta de sus brazos, porque lo que de verdad me distrajo, fue el trabajado y fibroso cuerpo que tenía, para ser tan delgado.

—¿Estás bien? —pregunté.

—No. —El gruñido que salió de su garganta fue absorbido por la almohada de la cama.

Me acerqué a su lado, para ayudarlo en lo que necesitara. Después de todo, él me había ayudado a mí.

—¿Qué te pasa?

—Este clima... —Se giró en la cama, cubriendo sus ojos con el brazo—. Me está dando un dolor de cabeza del demonio.

—¿El clima? —pregunté, confusa.

—En algunos climas fríos la presión atmosférica es más baja y me dan jaquecas.

—Así que eres cómo un barómetro andante —me burlé, sentándome en el colchón—. Tenía pensado salir a recorrer lo que no vimos ayer, pero si quieres que me quede, no hay problema.

El más dulce de mis errores©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora