Hijos de puta los emperadores. ¿De dónde sacan tanto monstruo? Seguro que no se pusieron a pensar lo cansado que era matarlos, aún montado en el corcel de Alejandro Magno.
Luego de arrojarles la runas que me dio Elune, dejé a Gibran con su grupo de romanos y regresé con mis amigos a la otra colina. Elune, Eira y Leda enfrentaban a unos monstruos con cabeza de perro que portaban alabardas de hierro negro. Espoleé a Bucéfalo y, usando la espada de Alejandro, acabé con cinco de ellos. Las chicas se hicieron cargo del resto. Me estaba divirtiendo en esta batalla.
—¡Se me acabaron las piedras! —grité a Elune—. ¡Dame más!
—No tengo más —respondió ella—. Te dije que las usaras para ayudar a todas las cohortes.
—Ni siquiera sé que es eso —respondí—. Sólo fui por Gibran y las arrojamos sobre un montón de enemigos en la otra colina.
Elune se dio una palmada en la frente y se echó a reír.
—Eso esta bien, pero debías ayudar a todos, Alan.
—Ay, nunca me explican bien las cosas —me crucé de brazos, indignado.
Elune volvió a reír.
—Eres incorregible.
Mi amiga siempre tan adorable, casi me hacia arrepentirme de mi plan de abandonar todo si la batalla se perdía. Portando su bastón blando y espada bastarda me recordaba mucho a Gandalf, pero con la armadura de bronce y el cabello rojo perdía la esencia del personaje. Recordé que cuando llegué al campamento no planeé tener amigos y menos tan cercanos como ellos se volvieron. Aunque estábamos en medio de una batalla donde cualquiera (no yo) podía morir, no podía evitar sentirme feliz por haberlos conocido, aunque no todos estuvieran presentes.
—Si ya terminaron de reír, aquí vienen más —dijo Eira—. Espero encontrarme a Cómodo y clavar mi espada en su corazón.
Di la vuelta a mi querido caballo. Un escuadrón completo de monstruos que se parecían al tío Cosa; tenían largo cabello rubio, ojos grises brillantes y bonitos, colmillos afilados y muy muy sucios. Si no estuviéramos en medio de una batalla, los metería a todos a bañar en el Pequeño Tíber.
—Andando —susurré a Bucéfalo—. Como cuando guiaste a Alejandro hacia Persépolis.
—¿Sí sabes que quemamos la ciudad, potrillo? ¿Y que matamos a los habitantes?
—Claro, no soy tonto. Pero eso no quiere decir que no admire la historia de las campañas de Alejandro. La guerra siempre es cruel.
—Tú entiendes cómo son las cosas, chico —dijo Bucéfalo—. Es algo que me agrada de ti desde que te conocí.
Bucéfalo rampó, dejó salir un relincho como de película y galopó hacia el enemigo. Blandiendo la espada acabé con todos los tíos Cosa que se pusieron en frente. Vi muchas picas de hielo volando y clavándose en los enemigos. Leda se abrió paso a espadazos, como toda una guerrera amazona, y Elune lanzaba bolas de fuego de su bastón que abrasaban el pelaje de los tíos Cosa. En unos minutos, todos fueron reducidos a cenizas y mucho pelo sucio. Guácala.
—¿Cómo es posible que los emperadores tengan miles y miles de tropas y los romanos no cuenten ni con quinientos soldados? —se quejó Bucéfalo—. Recuerdo cuando las legiones estaban formadas por seis mil hombres bien preparados para la lucha.
—Pero esos seis mil eran mortales y semidioses, ciudadanos de Roma —dije—. Los romanos de aquí son en su mayoría de Norteamérica, y forman parte de una minoría: hijos de dioses.
—Ya lo sé. Sólo me estoy quejando de que tengamos tan pocos efectivos.
—Siempre te estás quejando, Bucéfalo.
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No es fácil ser un semidiós. Parte III. Ojalá que sea la última.
FanfictionLa diosa Gaia y sus gigantes han sido derrotados gracias al esfuerzo del Campamento Mestizo y el Campamento Júpiter, peleando juntos. Ahora los romanos y griegos han establecido una relación de amistad y cooperación. Pero pronto descubrirán que la p...