Pérdidas. "Lurygon"

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Ayudé a Hazel a llevar a Frank al hospital de campo que instalaron los médicos. Había perdido suficiente hoy, no iba a perder a otro hermano. Lo llevamos apoyado en nuestros hombros prácticamente a rastras, ella era muy bajita y yo no tenía la fuerza para cargarlo. Un chico nos abrió la entrada de la carpa donde había una cama de enfermería. Dejamos caer a Frank sobre la cama y lo acomodamos para que Apolo pudiera revisarlo. 

—¿Cómo sobrevivió? —pregunté—. Es decir, no es que no me alegre, pero... Míralo, sólo perdió el cabello. 

Hazel lo observaba fijamente y le sostenía la mano, como si temiera que fuera a desaparecer si lo soltaba. Sus ojos dorados estaban inundados de lágrimas. La piel de Frank estaba perfectamente, excepto por las heridas de la daga de Calígula en su abdomen, pero de alguna forma la explosión la había cauterizado a medias.

—No estoy segura... —dijo, apenas pudo contener el llanto—. Creo que no deberíamos buscar explicación para un milagro. Sólo agradezco que esté aquí, con vida.

—Cuídalo bien —dije—. Iré a ayudar a los demás. Tengo que ver a mi madre.

—Espero que esté bien —Hazel me dio un abrazo y dejó salir un silencioso sollozo—. Nos vemos, Lury.

Le devolví el abrazo y le acaricié un poco el cabello para consolarla. Salí de la tienda y me apresuré a buscar a mi madre. La última vez que la vi tenía graves signos de tortura en todo el cuerpo, Nika la había llevado al campamento, el único lugar que no estaba siendo atacado. Corrí por la Via Praetoria hasta llegar a las murallas del Campamento Júpiter. Ahí ya estaban algunos de los sanadores y ciudadanos, moviendo a los heridos en camillas o en los todoterreno. 

James estaba arrodillado junto a una persona con el brazo extendido, le estaba aplicando ungüento por toda la extremidad. Reconocí el pelo rubio semi-quemado de mi madre. Ignorando por completo el dolor de mi pierna, que estuvo forzada por el dispositivo ortopédico, corrí a toda velocidad hasta llegar con ellos.

—Lury —dijo James. 

Me dejé caer junto a ella. 

—Mamá... —extendí la mano y la detuve a pocos centímetros de ella, la vi tan frágil, como si el más ligero roce la rompería en mil pedazos. 

Ella estaba inconsciente, su respiración era lenta. Su piel estaba cubierta de moretones, tenía sangre seca en su rota nariz y en los labios, ya no estaban pintados de carmesí como era costumbre, su ojo izquierdo estaba negro. Su vestido completamente hecho jirones de la falda, sus brazos y piernas cubiertos de cortes, quemaduras y muchos más golpes. Tenía rotos algunos dedos y le faltaban las uñas de los meñiques y el anular derecho. 

—Maldito monstruo... —murmuré—. ¿Por qué...? —me volví hacia mi amigo—. ¿Podrás...?

Se me quebró la voz y empecé a llorar. Apreté los puños y golpeé el césped con impotencia. Deseé con toda mi fuerza que Calígula estuviera vivo para cerrar mis manos alrededor de su cuello y extinguirlo otra vez. ¿Pero cómo? Tuve mi oportunidad dos veces y las dos fracasé, dejé que Calígula matara a Jason, dejé que matara a Connor y que torturara a mi madre hasta casi matarla. 

—No tengo lo necesario aquí —dijo—. No puedo tratarla correctamente, apenas logré estabilizarla. Tiene múltiples traumatismos y hemorragias, logré controlar las externas, pero no puedo curar el sangrado interno aquí. 

—¿Y y y... ¿tu canto? ¿Tu poder...? Debe haber algo...

—No tengo la energía, amigo —interrumpió James—. Créeme que ya lo habría hecho si fuera posible. El esfuerzo me mataría. 

No es fácil ser un semidiós. Parte III. Ojalá que sea la última.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora