Al día siguiente partimos del Campamento Júpiter. La bendición del Senado fue lo último bueno que nos pasó desde que pusimos el pie fuera del Túnel Caldecott hasta que llegamos a Manhattan.
Para empezar, el piloto que llamaron Hazel y Frank, tuvo que cancelar porque su hijo se enfermó de varicela. Por lo que tuvimos que arreglarnos para cruzar todo el país y alcanzar a Apolo en Nueva York. Tuvimos que caminar hasta la Estación BART y de ahí a la ciudad de San Francisco.
—No tenemos dinero para tantos boletos de avión —comentó Bethany—. Si quieren podemos enviar a dos en avión para alertar a los griegos.
—Separarnos no es buena idea —dije—. Mejor vamos todos juntos. Podemos conseguir un vehículo de algún deshuesadero cómo la última vez. Pagamos por la gasolina y listo.
—En la ciudad es poco probable que haya algo así —dijo Tzamn—. Tendríamos que ir a la carretera.
—Once semidioses caminando por ahí atraerán la atención de muchos monstruos —dijo Lury—. Movernos rápido es imperativo.
El grupo estaba así: Gibran, Lury, Bethany, Tzamn, Elune, Alan, Ezekiel, Leda. Además, a Bruce se le concedió el permiso de acompañarnos, so pena de muerte si estaba mintiendo sobre sus intenciones. Henry Daniels también vino, porque Lury temió que los romanos fueran a lincharlo por sus antiguas lealtades. Casi en el último momento, Edward consiguió que su padre le comprara boletos de avión a Manhattan. Se disculpó por no poder llevarnos, Lury y yo no lo culpamos, había pasado por muchas cosas horribles y quería volver tranquilo y sin ningún percance a su hogar.
—También está el Laberinto —sugirió Elune—. Sé que no tenemos a nuestra guía, pero ya no es tan difícil moverse como antes. Con un poco de suerte llegaremos.
Esa idea no despertó mucho entusiasmo, no sé si los romanos lo usaron alguna vez, pero nosotros tenemos experiencia con él. Cuando fuimos a rescatar a Edward a Canadá tuvimos la mala fortuna de caer en el Laberinto cuando era una fuerza de maldad. Seis meses después de sobrevivir a ello, Lury se aventuró una vez más ahí para ayudar a su amiga Annabeth. No son memorias que guardamos con cariño.
Sin embargo, nadie propuso una idea mejor, así que buscamos una entrada al Laberinto para viajar.
***
Nos tomó casi dos meses llegar. Fue un viaje lleno de percances, desgracias, heridas físicas y psicológicas. Al menos no nos cubrieron de miel como la última vez. Me da escalofríos sólo de acordarme...
El Laberinto nos llevó al desierto de Nevada, a una pequeña base militar abandonada donde tuvimos que luchar contra unos cíclopes. No fue fácil, pero vencimos. Allí encontramos un camión militar lo suficientemente grande para llevarnos a todos, así como un depósito de gasolina con apenas suficiente combustible para llevarnos a la próxima parada en la carretera.
Entre averías, ataques de monstruos y encuentros con seres inmortales muy peculiares, logramos llegar a Nueva Jersey sin ninguna baja. Sólo algunos rasguños que dejarían cicatrices y un par de huesos rotos, con la ayuda de mi enfermero, Tzamn, pude tratar a todos. Sabía que se sentía algo inservible debido a la pérdida de su brazo, por eso elogié su trabajo cuando podía y fui comprensivo con la dificultad que acarreaba su condición. Cada vez que terminábamos de curar una herida o enmendar un hueso, notaba la satisfacción en su rostro, eso dibujaba una sonrisa en el mío.
El último percance ocurrió ahí, en Nueva Jersey. Para entrar a Manhattan, había un retén de policías con tupidas barbas rubias y castañas.
—Germanos —dijo Leda—. Vigilan la isla en caso de que Apolo quiera entrar.
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No es fácil ser un semidiós. Parte III. Ojalá que sea la última.
FanfictionLa diosa Gaia y sus gigantes han sido derrotados gracias al esfuerzo del Campamento Mestizo y el Campamento Júpiter, peleando juntos. Ahora los romanos y griegos han establecido una relación de amistad y cooperación. Pero pronto descubrirán que la p...