Prólogo

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Se reunieron en la Torre de la Bestia. Era la primera vez que se reunían los tres desde hace décadas. Incluso podría decirse que era histórico.

Primero teníamos al anfitrión, es decir, La Bestia, quien odiaba invitar a esos dos a su casa. Prefería verlos a través de la pantalla de la computadora portátil o del celular. Luego, a su derecha estaba Nuevo Hércules, quién era el más dramático de todos, pero quien montaba los mejores espectáculos. Por último, estaba al que llamaban Gran C, el más sádico y cruel de todos, siempre acompañado de ese caballo parlanchín. Claro que esos no eran sus nombres, estos tienen poder y nunca deben pronunciarse a la ligera.

El Escribano llegó a su presencia, cargando a su aprendiz, la hija de Atenea. La chica estaba inconsciente debido a su pelea anterior con Veronika Kotova. Aunque su maestro no estaba mucho mejor, el martillo de guerra de aquel romano le destrozó la caja torácica y una herida de esa gravedad tardaba demasiado en sanar.

—Mis señores —el Escribano puso a Leda en el suelo y les dedicó una reverencia—. La batalla fue un fracaso completo.

La Bestia esbozó media sonrisa.

—Eso ya lo sabemos —dijo con voz casi amable y compasiva, pero el Escribano podía distinguir que no estaba nada complacido—. Creo que dejamos las cosas en manos del destino de forma errónea.

—La culpa la tiene ese estúpido reptil —dijo Gran C—. Se tardó demasiado en reclamar Delfos.

—Eso nos da la oportunidad de tomar el asunto en nuestras propias manos —terció Nuevo Hércules—. Podemos orquestar esto con un gran espectáculo. La destrucción de los campamentos, la caída de los dioses y el ascenso de nuestro nuevo Orden Mundial.

—Pará eso te necesitamos dentro —dijo la Bestia al Escribano—. Recluta a tantos como puedas y tráelos a nuestras filas.

—Como usted ordene —respondió el Escribano—. ¿Quiere que parta de inmediato?

—No, todavía no —la Bestia sonrió con malicia y crueldad—. Espera a que caiga el Sol. Sabemos que Zeus tiene que culpar a alguien por la anterior crisis, entonces cometerá una tontería y aprovecharemos esa oportunidad.

—Espero encontrarlo —comentó Gran C—. Será perfecto para mis planes.

—Recuerden cuál es nuestro papel —dijo La Bestia a sus cómplices, señaló a Nuevo Hércules—. Tú debes incrementar nuestros números para la invasión final —luego a Gran C—. A ti te toca encargarte de los romanos y yo lidiaré con los griegos aquí.

—Pero primero debemos encargarnos de los oráculos —dijo Nuevo Hércules—. Son otros cuatro sin contar Delfos.

—Dodona, Trophonius, Erythraea y Cumæ —enlistó Gran C—. Creo tener la localización de Erythraea, ya le encargué a mis tropas que la busquen.

—Todavía tengo problemas localizando al fantasma de Agamethus —admitió Hércules—. Es bastante escurridizo, pero creo que tengo una posible localización.

—Bien —dijo La Bestia—. Sabemos que los Libros Sibilinos están en el Campamento Júpiter y tenemos los restos de Cumæ. Gaius, ¿podrás encontrar tú solo al Silencio?

Gran C asintió.

—¿Crees que mi viaje a Alejandría fue únicamente por placer? Bueno, admito qué me quedé un poco más de tiempo para turistear, pero sí, lo encontré. Mientras hablamos, uno de mis aviones privados lo trae a donde planeamos.

—Todo está saliendo según lo planeado, mi señor —comentó el Escribano—. Llevaré a Leda a que se recuperé y la llenaré con los detalles del plan.

—Un momento —interrumpió Hércules—. Ella fracasó y Claudius prometió que sería mía en caso de fracasar.

—Bueno, se las arregló para dejar ciego al hijo de Apolo —La Bestia se rascó la barbilla—. Y el hijo de Ares se quedó tullido. Pero ellos ya no importan, además, Lucius, hay muchas otras mujeres y mejores que puedes poseer. Nos sirve más su brazo y su mente que lo que tiene entre las piernas.

Hércules hizo una mueca de disgusto y se sentó en su trono cruzando brazos y piernas, como un niño al que le has negado su dulce favorito.

—¿Qué debo hacer con ella? —preguntó el Escribano.

—Después de lo que has hecho, dudo que te acepten dentro del Campamento Mestizo o Júpiter —comentó La Bestia—. Podemos usarla a ella como nuestra agente, después de todo, ese centauro blando le daría una segunda oportunidad a Cronos mismo. Y tenemos a James Flowers para apoyar esa decisión, después de todo, quiere acostarse con ella.

El Escribano esbozó una sonrisa recordando a todos los hombres que habían sucumbido por el deseo hacia una mujer. Estúpido Marco Antonio. Estúpido Paris.

—Permanezcan aquí hasta que se ponga el Sol —La Bestia se puso de pie—. Mientras tanto, quiero que la entrenes mucho mejor. Me parece que últimamente nos ha dado a desear aquel brazo asesino. Si cuando se ejecute el plan, ves que no da el ancho, elimínala. Y si puedes, atrae a quién la dejó así a nuestro lado. Ese poder sería útil.

El Escribano asintió y les dedicó otra reverencia.

—Así se hará, mis señores.

—Triunvirate Holdings proveerá al mundo un lugar sin los dioses —dijo Gran C—. Tres emperadores regirán al mundo y lo llevarán a su vieja gloria.

Los tres rieron satisfactoriamente sobre sus tronos y luego Gran C y Nuevo Hércules desaparecieron. El Escribano cargó a Leda y se la llevó de ahí, sin sospechar por un momento que ella lo había escuchado todo.

No es fácil ser un semidiós. Parte III. Ojalá que sea la última.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora