¿Qué? No te oigo. Fue mi padre, mátalo a él. "James"

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No puedo describir la sensación de estar frente a al dios del silencio. Tan pronto entramos, caí de rodillas aplastado por el poder del Harpócrates.

Tenía una forma particular de comunicarse. Envío una explosión de imágenes mentales, todas relacionadas con Apolo. Aunque en realidad no había sonido alguno, me cubrí los oídos y comencé a gritar sin hacer ruido, comencé a golpear el suelo con el puño. Reyna también se cubrió los oídos y gritaba. Meg estaba junto a ella, enroscada y dando patadas al aire.

El dios flotaba como un Jedi meditando, con las piernas cruzadas en el otro lado de la caja. Tenía el aspecto de un niño de diez años, estaba vestido con una toga romana y una corona de faraón parecida a un pino de boliche. Tenía una trenza que colgaba de un lado, como Reyna, excepto que Harpócrates estaba afeitado de la cabeza. Cómo había dicho mi padre, tenía su dedo índice contra la boca. ¡SHHH! Me preguntaba si era a propósito o sólo le gustaba recordarle a todos que era el dios del silencio.

Para un inmortal, se veía bastante demacrado. Su piel estaba arrugada y floja y ya no tenía ese bronceado que solían tener los dioses, era blanca como la porcelana. Sus ojos hundidos tenían expresión de enojo y autocompasión. Sus muñecas estaban restringidas por grilletes de oro imperial, conectándole a una red de cables, cordeles y cadenas, algunas estaban conectadas a paneles de control y otros salían por conductos del contenedor hacia la estructura de la torre. Así canalizaban el poder del dios, esto era la causa de todos los problemas de comunicación.

Al verlo así me preguntaba si estaba demasiado débil para liberarse. Aún siendo una deidad menor, tendría el suficiente poder para romper sus cadenas. Tampoco había nadie haciendo guardia.

Lo único que estaba fuera de lugar eran las dos hachas que flotaban detrás de Harpócrates. No las había notado antes porque estaban enredadas con las cadenas y los cables. Eran de cuatro pies de largo, con hojas de luna creciente y una serie de palos alrededor del asta.

Recuerdo en una ocasión Lury me habló de eso, lo aprendió en su clase de Historia. Eran fasces, un símbolo de grandeza romana. En la Antigüedad, los oficiales romanos poderosos, como cónsules o senadores, nunca salían de casa sin una procesión de guardaespaldas llamados lictores. Originalmente eran doce, pero en otros tiempos podían llevar todos los que quisieran. Cada lictor llevaba una de esas fasces. Más tarde, en el siglo XX, Benito Mussolini revivió el símbolo cuando se convirtió en dictador de Italia. La filosofía de su mandato fue llamada por esas hachas: fascismo.

Esas cosas no parecían nada ordinarias. Estaban hechas de oro imperial. Atados alrededor de los palos de las hachas, había dos estandartes con los nombres de sus dueños bordados en ellos. El de la izquierda decía: CAESAR MARCUS AURELIUS COMMODUS ANTONINUS AUGUSTUS. En la derecha: GAIUS JULIUS CAESAR AUGUSTUS GERMANICUS, también conocido como Calígula.

Se sentía el poder de aquellos artefactos y como los usaban para drenar el poder de Harpócrates y mantenerlo esclavizado.

Fuimos atacados por otra serie de imágenes que mostraban toda clase de torturas que le aplicó mi padre al pobre Harpócrates. Reyna tenía sangre saliendo de su nariz.

Apolo se arrastró hacia Harpócrates, preguntádole telepáticamente cómo Calígula y Cómodo lo capturaron y lo obligaron a seguir sus órdenes. Harpócrates contestó con una serie de imágenes de resentimiento. Luego, nos envió una visión de Cómodo y Calígula parados donde estábamos ahora, sonriendo cruelmente y mofándose de él

—«Deberías estar de nuestro lado» —le dijo Calígula telepáticamente—. «¡Deberías ayudarnos!».

Harpócrates se negó. Tal vez no pudo luchar con sus captores, pero se resistió todo lo que pudo, hasta el último aliento de su alma. Por eso se veía tan mal.

No es fácil ser un semidiós. Parte III. Ojalá que sea la última.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora