El canto del ángel. "Gibran"

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Estuve pensando toda la noche. No quería que mis amigos siguieran arriesgándose por mí. Sabía cuál sería el precio final de esta misión: "Y para cumplir la maldición, del hijo de la guerra requiere el sacrificio".

No puedo permitir que Lury muera, tiene una novia, muy buenos amigos y una vida por delante. No estoy diciendo que yo no tengo amigos, sólo que estoy dispuesto y contento de dar mi vida, si con eso puedo darle a un ser querido la oportunidad de seguir la suya.

Por eso, decidí salirme a mitad de la noche. Dormí durante unas pocas horas, mi cuerpo está acostumbrado a dormir poco y despertarme con precisión. Aproximadamente a la cuatro de la madrugada, me levanté, preparé mi espada y mi martillo para salir. Por eso insistí en dormir solo en la sala, así podría escabullirme a hurtadillas sin alertar a nadie. Abrí despacito la puerta, el aire frío de Londres me pegó en la cara, salí de puntitas y cerré tras de mí.

—Perdón, amigos —murmuré—. Esto lo hago por ustedes.

—¿Qué haces por quién? —preguntó alguien.

Del sobresalto ataqué con mi martillo. El intruso lo detuvo por el mango, una situación extraña y familiar. Era Lurygon.

—Oye, ten cuidado —dijo—. Alguien pudo perder la cabeza.

—¿Qué haces aquí? —susurré.

—Oh, ya sabes. Salir a tomar aire. Ir contigo a buscar al Escribano.

Me di cuenta que fingir demencia no serviría de nada. Ahí va mi plan de salvarlo de mi profecía.

—¿Cómo supiste? —pregunté.

—¿Recuerdas lo que me dijiste en Teutoburgo? ¿Acerca de conocerme? Pues es mutuo, también te conozco bien, Gibran. Tu discurso en la cena tenía una razón, además del claro sentimiento expresado.

—Lo dices como si no te lo hubieras creído —mascullé.

—Oh, al contrario, mi amigo. Cada palabra se sintió tan real como este martillazo que casi me das. Pero también se sintieron como las palabras de un muerto terminal.

Hostia, ¿de verdad? Y yo que creí que era convincente.

—Lo eres, pero esta vez no me convenciste a mí.

—Creo que no me harías caso si te digo que vuelvas a dormir —dije—. ¿O sí?

—A menos que quieras que despierte a todos para alcanzarte.

—Con mis sandalias puedo dejarte atrás justo ahora —dije.

—Pero no lo harás.

—¿Y eso por qué?

—Porque llegarías más cansado si encuentras al Escribano. No te preocupes, James ya está consiguiendo transporte.

—¿James? —dije sorprendido—. ¿También descifró mis intenciones?

—No, la verdad es que me atrapó cuando se levantó al baño —respondió Lurygon—. No me dio alternativa.

—¿Hace cuánto se fue?

—Unos cinco minutos, debería estar de vuelta en cualquier momento —luego fijó su mirada en mí—. Una vez que llegue, nos dirás el resto de la profecía.

***

Esto era Westminster, de los distritos más caros y lujosos de Londres. Aún así, James consiguió robar un auto deportivo para nuestro transporte.

—¿No había algo más discreto? —preguntó Lury.

—Muchas cosas, pero este me gustó —respondió James.

No es fácil ser un semidiós. Parte III. Ojalá que sea la última.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora