Reencuentro. "James"

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No llegamos al Campamento Júpiter a tiempo para ayudar como lo hicimos en Waystation. Creo que en parte fue porque la prioridad de Nika era encontrar a Diana y no la culpo, yo haría lo mismo por Will, Kayla u Austin.

Durante nuestro viaje tuvimos muchos enfrentamientos con monstruos en incluso un dios nos atrapó en sillones de miel (no pregunten). También nos encontramos con algunas fuerzas del Triunvirato y casi nos rostizan las llamas cuando llegamos a California. Eso nos obligó a salir del Laberinto y pasamos un día entero en el desierto tratando de salir de él. No fue un viaje nada placentero.

El día de luna nueva, estábamos muy cerca de San Francisco. Alan consiguió que nos dieran un autobús escolar que estaban reparando en un taller mecánico. Tzamn terminó de repararlo y lo usamos para movernos por la carretera hacia el Campamento Júpiter.

—Todavía creo que debemos seguir buscando a Diana —dijo Nika desde su asiento—. Los romanos pueden cuidarse solos.

—No vamos ahí porque ellos necesitan ayuda —respondió Tzamn—. Nosotros necesitamos que nos ayuden. Si les ayudamos, tendremos más manos que nos ayuden a buscar a Diana.

Nika masculló algo que no entendí y se cruzó de brazos. Su amiga Eira le puso la mano en el hombro.

—No te preocupes —dijo dulcemente—. Te ayudaré a buscar a tu hermana. También es amiga mía.

Tzamn conducía el camión, Elune iba en el asiento detrás de él, como una especie de copiloto. Alan iba en una ventana de la derecha vigilando que Bucéfalo fuera detrás de nosotros. Nika y Eira se sentaron juntas, se volvieron muy cercanas desde que se conocieron en Indianápolis, Eira realmente odiaba a Cómodo y quería acabar con él. Tanya iba sola, la mayoría del tiempo lloraba lamentándose por Edward y el hecho de que había intentado matarla. Finalmente en la parte de atrás íbamos Leda y yo.

Ella y yo teníamos... algo. No estoy seguro de cómo llamarlo. No hubo una declaración de amor, tampoco un acuerdo de sólo amigos, era como un limbo entre ambos. Cuando terminó la batalla en Waystation y tuvimos un momento para relajarnos, Leda me abrazó y comenzó a besarme. 

—No sabía si te volvería a ver, Solecito —me dijo—. Debí hacer esto desde hace mucho tiempo.

Reconozco que una parte de mí entró en pánico, al menos los primeros segundos. Mi cuerpo estaba tenso y casi paralizado. Pero poco a poco y con las caricias de sus manos, me sentí más relajado y me dejé llevar. A partir de ahí se formó una especie de vínculo entre nosotros, comíamos juntos, caminábamos a un lado del otro, incluso dormíamos juntos. Ahora estábamos en el camión, en la parte de atrás, ella recostada sobre mi pecho y yo cepillando su cabello con los dedos. 

—¿En qué piensas, Solecito? —preguntó. 

—Sólo espero que Lury esté bien —respondí mirando por la ventana—. Que sobreviviera a la batalla.

—Seguro que sí —dijo ella y me dio un beso en la barbilla —. Tú amigo es muy rudo. Si el Escribano no pudo matarlo, dudo que el idiota del otro emperador pueda hacerlo.

—¿El Escribano es más débil que los emperadores?

—Mmm... Tal vez que Cómodo, pero no que Gran C y menos que Nerón. El Escribano podrá ser inmortal, pero no es un dios y al ser hijo de Calíope no tiene muchos poderes.

—¿Cómo es tan fuerte entonces?

—Cuatro mil años peleando en innumerables guerras no te dejan escuálido y débil —dijo ella—. Además, sus guanteletes son mágicos y le otorgan mucha fuerza. Si quisiera podría matarnos con un puñetazo a cada uno.

No es fácil ser un semidiós. Parte III. Ojalá que sea la última.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora