Capitulo LXIX

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—No se porque siempre soy la que lucha por saber que quieres

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No se porque siempre soy la que lucha por saber que
quieres.

—Todos los años me llamas antes de navidad y siempre te digo lo mismo, tía. No tienes que matar tu cabeza por no saber que regalarme. Lo que tu quieras sabes que me encantará, tienes un buen gusto.

¿Ya te regale el conjunto verde? —ignora lo que digo—Serás abogada, tienes que practicar que colores te quedarán mejor y que estilo para tu cuerpo. No te preocupes, con el tiempo me encargaré de que seas la mejor vestida en la corte. Dudo mucho que crezcas así que hará las cosas más fáciles.

Ruedo los ojos soltando una sonrisa.

—Me encantaría un conjunto verde. Sabes mi obsesión por los pantalones de vestir. Pero si quieres más detalles, me gusta el verde oscuro.

Genial. Y te gustan los corsets, ¿verdad? Tengo un traje en mi mente y tu cintura es la protagonista.

—Iré a defender, no a modelar.

Tengo que irme o la imagen en mi mente desaparecerá. No compres ningún traje barato, yo preparé una línea para el invierno.

—Tía...

Nos vemos en unas semanas, besitos. 

Suspiro cuando cuelga. Ha estado emocionada desde que hace años dije que quería ser abogada. Saco inspiración de algún lugar y empezó a diseñar trajes para hombres y mujeres.

Aun me quedan años, pero parece no importarle.

Me acerco a la cama al mismo tiempo que escucho la puerta abrirse, me tiro en el colchón soltando un suspiro.

—¿Con quien hablabas? —escucho a Venus— ¿Era tu mamá? ¿Ya le dijiste que seré la invitada favorita para las fiestas?

Se sienta en la punta, me apoyo mis codos para mirarla.

—Con un mensaje bastará.

—Genial —mira el vestido en la cama—. Vaya, que lindo —lo toma— ¿No hiciste uno para mi?

—¿Se suponía que debía?

—Si, así íbamos como secuaces de Santa Claus —sonrío levemente—. Te ves triste.

—No lo estoy —recuesto mi cabeza en la almohada—, solo que no tengo muchos ánimos para la fiesta.

—Pero tienes que ir —se coloca a mi lado.

—Lo sé.

Gira su cabeza hacia a mí, pero mantengo mi mirada en el techo.

—Yo digo que vayas, le des una buena despedida y le dices cuanto lo vas a extrañar y lo mucho que lo quieres —la miro—, mucho, mucho, mucho.

Sonrío, asiento volviendo a mirar hacia arriba.

—Si, lo haré.

—¿En serio?

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