capítulo 24.

209 36 40
                                    

Se marcharon hacia Ámsterdam en cuanto amaneció, los cinco viajaron en la bicicleta de carga de Philip Noceda. Luz quedó apretada en la parte posterior del carro, sujetando una bolsa llena de anuncios e intentando no ahogarse contra el pelo de Amity mientras el viento lo lanzaba contra su cara. Detrás de ella, Hunter pedaleaba velozmente hacia la ciudad entre jadeos.

La primavera, que estaba a la vuelta de la esquina, impregnaba el aire y una esperanza que nunca había experimentado floreció en el pecho de Luz. Aquel era el día en que le enviaría un mensaje secreto a sus padres. Pronto, ellos sabrían que su hija había regresado a casa.

-¡los canales se están derritiendo!- gritó Amity delante de Luz, en el frente de la bicicleta -¡miren!

Luz apartó un poco el pelo lila de Amity y miró por encima del carro. Sin duda, el hielo estaba irregular. El césped asomaba por debajo de la cubierta de escarcha en las orillas y la niebla eterna brillaba como oro.

-no falta mucho para que florezcan los tulipanes- comentó Amity -será un paisaje digno de un cuadro ¿no crees, King?

Él estaba acurrucado cerca de la otra rodilla de Luz, y miraba en silencio su chal, deslizando una mano sobre el diseño.

-pronto, un día- susurró ella -cuando nos libremos por fin de Belos y del Kinder, encontraremos a alguien que pueda hablarnos más sobre Java.

King frunció el ceño confundido.

-no hay razón para esperar que eso suceda.

-si, la hay. Tenemos una misión importante. Tendrás que esperar, King. Lo siento.

Él la miro de forma extraña y luego giró su cabeza hacia su chal.

Luz sintió una puñalada afilada en el fondo de su estómago y reconoció la expresión triste de King como lo que era: un chico desesperado por respuestas. Esa misma desesperación también la torturaba a ella. Pronto lo ayudaría de cualquier modo posible, pero en aquel instante todos necesitaban concentrarse en su misión.

Había demaciado en riesgo para preocuparse por otra cosa.

Eso se dijo a sí misma, una y otra vez, mientras Hunter continuaba pedaleando y King se retraía cada vez más, hundiendo su cara en su chal.

Menos de una hora después, aparcaron la bicicleta en las afueras de la ciudad y bajaron del carro con torpeza y con las piernas rígidas y doloridas. Amity los había equipado a todos con una bolsa de anuncios, un martillo, una bolsita de clavos y una lección rápida de como no aplastar sus dedos. A luz le latían todavía los dedos, pero apenas los sentía. El estómago le revoloteaba de los nervios.

-Luz y yo colocaremos anuncios en el interior de la ciudad- explicó Amity -Hunter, tú te encargarás de colgarlos a lo largo del canal Prinsengracht. King y Vee, ustedes los colgarán a lo largo del canal Keizersgracht. Un anuncio cada diez metros. Eviten el orfanato Exide y lleven las bufandas altas sobre la nariz todo el tiempo, por si acaso. Nos reuniremos junto a la torre del reloj en Schapenplein a las cuatro de la tarde y luego pasaremos por el periódico camino a casa.

-no lleguen tarde- añadió Luz, con la bolsa de monedas en el bolsillo -el periódico cierra a las cinco de la tarde.

Negándose a mirarla a los ojos, King asintió, agarró la mano de Vee y desapareció entre la multitud. Hunter acomodó su gorro y luego se fue. Cargando sus bolsas sobre los hombros, Luz y Amity llegaron al mercado bullicioso al otro lado del canal. Doblaron en una esquina y salieron entre la marea movediza de sombrillas, bastones, gorros, zuecos, botas, capas, cestas de mimbre y caras sonrientes. Luz nunca había visto tantas personas en un mismo lugar. Parecía que todo Ámsterdam había salido a disfrutar del día.

los inadoptables {TOH}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora