Una noche fresca con aroma a ambrosía, un búho vigilaba su reino con ojos atentos. Sus alas desiguales atravesaban el cielo plagado de estrellas mientras volaba y flotaba sobre los campos y los canales.
La primavera afloraba sin prisa pero sin pausa por la tierra, tiñendo de colores los rincones sombríos, coqueteando con los brotes de tulipanes que salían del suelo y cantando canciones de cuna suaves a los tres pichones de búho esponjosos que estaban acurrucados en el nido más alto del tejo negro.
El pólder emergía de un sueño largo, frío y oscuro, anhelando una vida nueva, un nuevo descubrimiento, un nuevo comienzo.
Incluso la luna creciente de esa noche parecía más cálida y brillante que nunca. Y su resplandor amarillento iluminaba dos pares de huellas distintas y desconocidas impresas en la tierra suave, que el búho rastreó fácilmente con sus ojos atentos.
Las huellas más largas y delgadas avanzaban en línea recta por el sendero.
El par de huellas más redondeado avanzaba inestablemente hacia afuera y hacia adentro en la primera parte, yendo y viniendo de la orilla del canal, avanzando hacia una puerta y regresando, una y otra vez.
El rastro de las huellas terminaba en la base del tejo negro lleno de hojas del búho.
Con un chillido de furia territorial, el búho voló hasta su nido y observó, con los ojos redondos y su pico afilado, a los intrusos que habían irrumpido en su árbol de un modo tan evidente.
Emitió un ululeo de advertencia para el hombre que merodeaba amenazante en el suelo, cubierto de pies a cabeza por la sombra del árbol.
Sin embargo, el merodeador en cuestión no le prestó atención al búho.
Se puso de pie, con la espalda rígida y sin moverse, observó el molino en un silencio letal, con el rostro perdido en la oscuridad.
Si el búho hubiera sabido algo sobre las modas humanas, habría advertido que el hombre vestía una chaqueta larga estilo parisino y un sombrero de copa sin duda diseñado en Londres. Sus guantes estaban hechos de lana peruana y sus botas de cuero bávaro. Alrededor del cuello, llevaba un pañuelo de seda, decorado con un diseño batik delicado y, con una mano enguantada, sostenía un anuncio arrugado.
Si el búho hubiera sabido leer, habría advertido que, en el anuncio, el hombre había hecho un círculo con tinta roja brillante alrededor de cuatro palabras:
su
hija ha
vuelto
Inconsciente de los ojos que lo fulminaban desde las alturas, el hombre se quitó su sombrero de copa y dejó al descubierto su cabello castaño oscuro y sus ojos prácticamente chocolates.
En todos los años que llevaba viajando por el mundo, jamás se le había pasado por la cabeza regresar a aquel lugar. No tenía nada que ofrecerle más que dolor, o eso había creído.
Sus hombros subieron y bajaron mientras observaba las seis siluetas detrás de las cortinas de gasa de la cocina; un espectáculo de una familia de marionetas felices, con tazas humeantes y cuerpos abrazados, que no concordaban en absoluto con lo que había esperado encontrar.
Oyó un ruido detrás del árbol y un gran perro gris apareció en la oscuridad y se detuvo a su lado. Mordía la cabeza de una gárgola de piedra que acababa de arrancar de una puerta y la mordisqueaba con alegría. El hombre permaneció quieto en silencio, aún embelesado por lo que veía.
Como si percibiera la desesperación de su humano, el perro soltó la gárgola y aulló, un sonido largo y sentido, hacia la luna creciente amarilla.
El sonido atravesó el silencio, asustó a la familia de búhos que estaban en las ramas altas e hizo que una única lágrima cayera sobre la mejilla izquierda del hombre, rodeara su mentón y goteara sobre su bota.
El aullido continuó y un rostro apareció en la ventana de la cocina del molino.
Una nariz pequeña y dolorosamente familiar se asomó al otro lado del vidrio y unos ojos como los suyos miraron hacia la oscuridad. Mientras la niña frotaba frenéticamente sus orejas, el hombre avanzó vacilante hacia ella entre las sombras haciéndole señas al perro aullador para que lo sigutera.
-vamos, Wolk- dijo, con voz áspera como una tormenta ártica, pero al mismo tiempo melancólica -es hora de recordar.
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los inadoptables {TOH}
AdventureEn el orfanato Exide jamás se han infrigido las reglas de entrega de bebés. ni una sola vez. hasta el otoño de 1880, cuando 5 niños aparecen en orribles condiciones. esos bebés son Vee, Hunter, King, Amity y Luz. y aunque su cruel matrona pueda pens...