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El recorrido sepulcral había dado inicio unos minutos antes.

Koutarou iba en el carro que perseguía al que llevaba el cuerpo de su difunto esposo. Su madre manejaba; de sus progenitores, era ella quien tenía los nervios de acero.

Durante el trayecto, múltiples mensajes y llamadas fueron contestadas por el hombre sentado en el asiento de copiloto; eran para reflejar sus condolencias.

—Es bueno, ¿No crees amor? —su hijo la miró, sin comprender a qué se refería—. Que le hayan permitido a la familia Akaashi realizar una ceremonia en su honor.

—A él le hubiera importado menos.

—Sus padres te pidieron permiso. ¿Por qué si no estabas de acuerdo accediste?

—Porque son sus padres —el silencio invadió el interior del coche que, al igual que los demás, realizaba el recorrido con lentitud y las intermitentes encendidas; sí, era el camino que le recordaba a dónde se dirigían— y, ellos desean que se realice de esta manera.

—¿Aceptas entonces, que este sea su último adiós?

—He visto que los fieles no derraman lágrimas de tristeza en un funeral o velorio. Supongo que eso se debe a su creencia de que, al morir, la persona estará de regreso con su Dios —era escuchado atentamente—. No es el Dios de Keiji, pero supongo que, si varias de las personas que han estado presentes no han derramado una lágrima por su perdida es porque, en realidad, no ha habido tal y tal vez su Dios se haya compadecido de él y lo haya recibido a su lado.

—¿Te haría sentir más tranquilo si así fuera?

—A mi no. A sus padres.

Sí, ese camino lúgubre había iniciado. Y sí, sabía a dónde se dirigía. Aunque su corazón se negara a aceptarlo, estaba a escasos minutos de perder por completo el cuerpo material de Keiji. Y lo que más le dolía era que nunca más podría estrecharlo en sus brazos y susurrarle cuánto le amaba.

Sí, era un recorrido gris; y este se dirigía al adiós definitivo.

GERANIOS [BOKUAKA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora