35 | Terremotos y calzoncillos.

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Isaac aparcó frente a una pequeña casa. Por razones obvias, no habíamos vuelto a la base de entrenamiento. Era el primer sitio donde Axian nos buscaría tras mi huida. Aunque lo último que esperaba era que Isaac nos trajera a una adorable casita en medio de un inmenso jardín.

Y, al parecer, no era una casa cualquiera.

—Solíamos venir aquí para entrenar. Nerox la mandó construir poco después de salir del C.E.A.M. —Señaló el enorme jardín que rodeaba la vivienda, rodeado a su vez de un bosque inmenso, lo suficientemente grande y oculto para acaparar el entrenamiento de siete chicos sin llamar la atención—. A mi madre no le gustaba que entrenásemos en su casa porque lo destrozábamos todo, así que pasábamos gran parte de la semana aquí. No es muy grande pero es perfecto para esconderse. Aquí Rage nunca pudo encontrarnos.

Y Axian tampoco me encontraría a mí.

Ahora comprendía por qué el edificio donde habíamos pasado las últimas semanas era un lugar tan frío y escueto. Nunca fue su hogar realmente. Solo era un sitio donde hacían su trabajo. Aunque la casa que tenía en frente daba el aspecto de ser todo lo contrario.

—Es muy bonita —dije cuando llegamos a la puerta.

—Por dentro es aún mejor.

Isaac no se molestó en sacar la llave. Se teletransportó directamente con los dos dentro. Y tenía razón, por dentro era todavía mejor. Lucía absolutamente acogedora. Nos recibió un cálido y estrecho pasillo de madera oscura y paredes de color vino. Algunas grietas y zonas faltas de pintura recorrían la pared por el transcurso de los años y muy probablemente consecuencia también de haber acogido a Asphars con capacidades extrahumanas, pero eso no le restaba atractivo. 

Me asaltó una sonrisa cuando vi una de las paredes de la entrada llena de líneas horizontales en rotuladores de diferentes colores, y supe de inmediato que habían usado esa pared para medirse las alturas. El color rojo era el que ocupaba la cúspide de las líneas, siguiéndolo un par de centímetros por debajo el color negro, y otros colores más por debajo.

—Déjame adivinar... ¿Shad es el rojo? —señalé la línea más alta, riéndome.

—Presume de ello cada vez que tiene la ocasión. —La sonrisa de Isaac coincidió con la mía.

Oí las voces de los chicos a medida que cruzábamos el pasillo, Isaac delante de mí, guiándome. Me aliviaba el hecho de que hubieran salido del territorio Nepher sin problemas.

—El puto traje se me está metiendo en partes que no me importaría mencionar ahora mismo... —La voz de Shad fue la primera que escuché.

—No queremos oír hablar de «tus partes» así que cállate —resopló Elías.

—Si tienes envidia solo dilo.

—No tengo nada que envidiar.

—Tengo una lista muy laaarga de por qué sí deberías envidiarme.

—Si vais a empezar a comparar quien la tiene más grande avisadme para volver con los Nephers —hablé cuando Isaac y yo cruzamos el umbral de la puerta y entramos a la pequeña sala de estar.

Cuatro pares de ojos se dirigieron hacia mí.

Elías, Shad, Cyre y Aran estaban sentados tranquilamente en un pequeño sofá que apenas los acaparaba a todos juntos y creo que ninguna imagen me había parecido tan sorprendente como esa. El verlos tan juntos y relajados. En el edificio apenas los había visto de aquella forma tan... familiar. 

—¿Os habéis entretenido por el camino? —Los ojos de Elías se clavaron en el extremo del vestido que Isaac me había roto, subiendo y bajando las cejas.

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