33 | ¿Aliados o enemigos?

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Siete días después.




—¿Esto es necesario? —pregunté, mirando mi reflejo en el espejo, y a la mujer que estaba detrás de mí con una brocha de pintura dorada—. No me va eso de tatuarme la piel.

—No es permanente —me respondió Eryn desde el otro extremo de la habitación.

—Sigue sin convencerme.

—Así es el protocolo del nombramiento —dijo ella—. Ya lo hemos hablado.

Sí, sí que lo habíamos hablado. De hecho, Eryn se había presentado en esta habitación a las seis de la mañana para «hablarlo». Es decir, prepararme física y mentalmente para lo que me esperaba esta noche y para explicarme con todo lujo de detalles en lo que iba a consistir la ceremonia del nombramiento del Segundo al mando —así lo había llamado ella—, y lo que yo tenía que hacer. Y entre las cosas que tenía que hacer se incluía, al parecer, adornarme la piel con un tatuaje —sí, temporal, pero seguía siendo un tatuaje—, porque así eran sus tradiciones.

Desde el comienzo de nuestra historia, los ancestros de nuestros líderes se pintaban la piel para distinguirse de los simples civiles, me había explicado Eryn hace un par de horas, los reyes llevan coronas, los soldados medallas y los líderes Nephers tatuajes.

Y, al parecer, la Segunda al mando no era la excepción.

Por eso, después de bañarme, todavía envuelta en una toalla que solo me cubría lo esencial, una Nepher de muy avanzada edad —en edad humana rondaría los setenta años— me había hecho sentarme en el tocador y después se había puesto manos a la obra, en absoluto silencio, trazando con pintura dorada mis hombros.

La misma pintura dorada que vi hace una semana en los brazos de Axian.

La pintura no seguía un patrón en específico. Solo eran trazos finos al azar, como hiedras enredándose desde mis codos hasta el comienzo de mi cuello, deteniéndose en mis clavículas y descendiendo un centímetro sobre el comienzo de mis pechos.

Cuando terminó la sesión de tatuaje y la anciana salió de la habitación, dejándonos a Eryn y a mí a solas, la Nepher me señaló el vestido que había dejado aquella mañana sobre la cama. Un vestido largo de satén de un color azul muy claro, casi blanco, adornado con encajes dorados en la zona del escote. Creo que los Nephers tenían alguna especie de obsesión con el dorado.

—¿Estás segura de que un vestido es una buena opción? —dudé—. ¿Y si tengo que correr? No puedo correr con un vestido.

—¿Por qué ibas a tener que correr?

—No sé si te has dado cuenta pero tu querido líder va a nombrarme su Segunda delante de cientos de Nephers que me odian —puntualicé—. Presiento que me hará falta correr en algún momento de la noche, ¿sabes?

Eryn me miró en silencio. Estoy segura de que si Eryn fuera Asphar o humana estaría rodando los ojos. O poniéndome ese vestido a la fuerza.

—Axian va a nombrarte su Segunda. Nadie perseguirá a la Segunda del líder —pronunció sin expresión—. Póntelo. No tenemos todo el día.

Me tendió el vestido, con la poca amabilidad que la caracterizaba. Lo tomé con resignación y empecé a quitarme la toalla para ponérmelo, sin rechistar. Cuanto antes acabásemos con esto, antes podría volver a encerrarme aquí a hacer... básicamente nada. Porque eso era lo que había estado haciendo estos últimos días: nada. Eryn se presentaba todos los días para dejarme el desayuno, la comida y la cena, me preguntaba si necesitaba algo y después se iba. No era muy habladora —al parecer, lo de hablar no era un rasgo muy característico de los Nephers—, así que hoy era la primera vez que intercambiábamos más de tres frases.

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