40 | A veces el corazón necesita tiempo.

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Penúltimo capítulo



—Saige... —exhalé sin aliento.

No recibí respuesta.

Desde su altura, Saige no movió ni una sola expresión de su cara, ni un dedo, ni un músculo de su cuerpo. Estaba rígido y sus ojos estaban tan dilatados, vacíos y ausentes como el de la doble decena de Asphars que nos habían atacado. Tragué con fuerza cuando me di cuenta.

Está manipulado. Su mente está controlada, está...

—Dicen que los Abandonados tienen mentes difíciles de controlar. Y es verdad, porque originalmente fueron Nephers. —Una voz distinta a la mía, distinta a la de Saige, pronunció a mis espaldas—. Pero eso no significa que sus mentes no puedan quebrarse al final, por algo ahora son Abandonados.

Mi corazón latió al ritmo de mi pulso acelerado y otra alarma invisible se encendió en el fondo de mi cabeza, que significaba «peligro», «correr» y todos los sinónimos de salir por patas de aquí. Giré la cabeza noventa grados, siguiendo el rastro de la voz.

Sin ese familiar bastón de madera oscura y sin nada más que una postura enderezadamente más alta y dos piernas que funcionaban perfectamente, Nerox se acercó a nosotros con los ojos brillando.

—Ya puedes dejarla —Nerox le hizo un ademán con la cabeza a mi amigo.

Siguiendo una orden mental, Saige levantó el pie y me liberó la mano. Dio dos pasos atrás como un autómata sin vida. Mirándome, pero sin mirarme en realidad.

—¿Qué le has hecho? —pregunté, alternando mi atención entre Saige y Nerox, entre Nerox y Saige, con los ojos abiertos, el aliento pesado.

—Asegurarme de que su lealtad está conmigo y no contigo —respondió Nerox con una tranquilidad que me puso la carne de gallina.

El pánico en mi sistema pasó a un segundo plano y entonces la racionalidad se impuso. Los cabos sueltos empezaron a hilarse en mi cabeza y algo entre tanta confusión empezó a cobrar un sentido aterrador.

—Tú... los Asphars de ahí fuera... ¿has sido tú? —titubeé.

Él acortó la distancia entre los dos antes de contestar mientras yo seguía todavía en el suelo, sobre mis rodillas.

—No te preocupes por eso, solo es una distracción. No morirá nadie.

No sé qué fue más escalofriante, que lo admitiera sin más o ver cómo esa habitual amabilidad y gentileza en la expresión de su rostro seguía intacta. Amabilidad y gentileza que yo me había tragado por completo.

—Los asesinatos... toda esa gente que ha muerto... —«has sido tú todo este tiempo», quise añadir, pero mi boca se abría y cerraba en murmullos pasmados, porque no tenía sentido. No podía ser. No podía ser él—, ¿cómo...?

—Pensaba que antes de preguntarme el cómo, querrías saber el por qué. —Inclinó la cabeza a un lado, curioso, imperturbable.

Se acercó un poco más a mí, casi como si lo hiciera con cautela, con precaución.

—Te he dado la oportunidad de ser una de los nuestros, de formar parte de mi equipo —dijo, entornando los ojos—. Creía que estabas de mi lado. Pero ahora ya no estoy tan seguro de eso.

—¿De qué estás hablando? —Temblé.

—Sabes muy bien de lo que te estoy hablando, Kirsen.

Empezó a caminar a mi alrededor, despacio, acechando. Podía notar el poder que emanaba de él, el suficiente poder para... manipular la mente de decenas y decenas, quizá más, de Asphars, para manipular la mente de Saige. Podía notarlo en cada uno de los receptores de mi cuerpo. ¿Pero cómo era posible que nunca lo hubiera notado antes?...

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora