22 | La muerte no es delicada.

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Tim Hoffman me hundía la cabeza debajo del agua y yo luchaba por salir a la superficie, luchaba por respirar, pero él no cedía. La palabra «sucia mestiza» se repetía una y otra vez en su boca y yo gritaba y gritaba mientras el agua se hundía en mis pulmones y...

La pesadilla solía acabar ahí.

Pero no esta vez. Esta ocasión ocurría algo más. Esta vez, justo antes de que se me agotara el último resquicio de aire del cuerpo, una fracción de segundo antes de perder la consciencia, alguien arrancaba a Tim Hoffman de mí. Un brazo se hundía en el interior de la piscina y me sacaba del agua. Unos brazos me rodeaban el cuerpo mientras yo tosía sin parar e intentaba recuperar el aliento. Y cuando levantaba la vista para ver quién me había salvado de morir asfixiada...

Desperté.

Me senté bruscamente sobre el borde de la cama, con el corazón colapsando contra mis costillas, un dolor insistente martilleando en mi cabeza y la confusión recorriéndome los adentros.

¿Y si Elías tenía razón? ¿Y si no era una pesadilla, sino un recuerdo? Thais dijo que me había borrado de la memoria el recuerdo de cuando Tim Hoffman intentó matarme, y que no podía devolverme el recuerdo porque eso podía tener un impacto negativo en mi cabeza —algo sobre un daño permanente en la corteza prefrontal del cerebro—. Pero si ahora que sus poderes no me afectaban, ¿y si me estaban regresando los recuerdos?

Me hice una nota mental para preguntarle a Thais al respecto antes de ponerme de pie y estirarme para despejar el sueño. Eran más de las once de la mañana. Elías no me había despertado para entrenar, lo cual agradecí, porque después de la noche de ayer... necesitaba esas horas extra para recuperarme.

Aunque alguien había entrado en algún momento de la mañana a dejarme una bandeja con el desayuno, que estaba sobre la mesita de noche. Había una nota sobre la taza de café. Con desconcierto, la abrí para leerla:

Deduzco que después de casi palmarla anoche hoy no tendrás muchas ganas de entrenar, así que te dejo dormir. Pero estate lista para dar veinte vueltas al edificio mañana.

- Del chico más guapo y perfecto que has conocido en tu vida (Elías, por si las dudas).

Mi risa resonó en el espacio de la habitación. No sé qué me resultó más gracioso, que se hubiera tomado la molestia de escribirme una nota, la amenaza, lo pretencioso que era o el hecho de que hubiera dibujado un corazón en el punto de la «i» de su nombre.

Aunque mi humor se esfumó de inmediato cuando entré al baño para tomarme una ducha. La imagen de la bañera me hizo detenerme en seco en el umbral de la puerta. Los recuerdos de lo que pasó ahí con Isaac anoche me golpearon como un martillo. Algo me revoloteó con fuerza en el estómago. Y si esto fuera una película romántica, hubiera dicho que habían sido unas mariposas.

Pero al carajo las mariposas.

Lo que me estaba revoloteando en el estómago era pura cólera.

¿Tan imprudente me crees como para enamorarme de una causa perdida?

El corazón me cayó al estómago cuando lo recordé. Una causa perdida. En eso me había convertido. En algo que iba a fracasar, en algo por lo que no merecía la pena apostar, porque, eventualmente, alguien encontraría la forma de borrarme del mapa. Tarde o temprano, alguien encontraría la forma de matarme. ¿Cómo iba alguien a permitirse enamorarse de alguien que no tenía muchas esperanzas de sobrevivir?

Causa perdida.

Causa perdida.

Causa perdida.

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