27 | Un consuelo, una promesa y una proposición.

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El sol ya había empezado a ponerse cuando Isaac aparcó el coche a un par de metros del edificio antes de bajar para abrir la puerta del edificio. Por razones de seguridad, primero tenía que confirmar su identidad antes de poder introducir el coche dentro, así que lo esperé dentro del vehículo.

Saqué mi cabeza por la ventana, alzando la vista para acaparar en mi campo de visión todo el enorme edificio. Ese fue un recordatorio de lo perdida que me sentí la primera vez que llegué aquí. También fue un recordatorio de lo rápido que me había acostumbrado a él a pesar de que apenas había transcurrido un mes. Era divertido pensar que hacía ya una semana que no me había vuelto a perder entre sus pasillos. Y solo me quedaban dos días aquí.

Entre la bruma de mis pensamientos, algo captó mi atención a lo lejos.

Mis ojos se detuvieron en la última planta, la planta de la piscina, rodeada de cristal. Había algo ahí, algo lo suficientemente grande como para hacer que el pulso empezara a latirme contra las venas.

Bajé del coche.

Levanté la vista al cielo, entornando los ojos, tratando de identificar qué era esa cosa que asomaba desde la última planta.

Mi corazón se hundió por una fracción de segundo cuando me di cuenta de lo que era. El ala de un helicóptero.

No fui la única en notarlo. Isaac se paró en seco en el preciso instante en que el reconocimiento nos golpeó a los dos a la vez.

—¿Es normal que haya un helicóptero ahí arriba? —pregunté detrás de él, aunque ya sabía la respuesta.

—No.

La tensión en los labios de Isaac cuando se volvió sobre sus pies para encararme también fue una clara respuesta de la gravedad de la situación. Nos miramos durante una fracción de segundo, sopesando las posibles razones que atraerían a un helicóptero aquí:

Podría ser Rage, que había movilizado a sus soldados para arremeter por fin contra la base como quiso avisarnos Nerox a través del hombre que envió aquí. O podría ser Axian, que, en realidad, nunca había dispuesto a entregarles ningún anillo y había venido aquí para arrestarme a la fuerza.

Y ninguna de las dos opciones era mejor que la otra.

Isaac no perdió tiempo. Borró la distancia entre los dos en lo que duró un latido y me cogió de la mano, alejándome del edificio. Por un momento pensé que nos metería otra vez al coche para largarnos de aquí, pero noté la electrizante energía bullendo de él una fracción de segundo antes de teletransportarse conmigo a unos veinte metros lejos del edificio, introduciéndonos en el interior del bosque. Su energía me hormigueó entre los dedos.

Comprendí que solo pretendía alejarme. Él no huiría, no si sus amigos y hermana estaban dentro.

—No te muevas de aquí.

—¿Crees que dejarme aquí sola es una opción inteligente? —le pregunté, escéptica. Si los soldados de Rage o Axian estaban en el edificio, también podrían rondar por aquí fuera.

Pero Isaac ya había levantado la vista para inspeccionar el lugar con la mirada, asegurándose de que no había intrusos a la vista. Apretó la mandíbula mientras casi podía ver los engranajes de su cabeza girar a toda velocidad para tomar una decisión rápida.

—Sigue siendo mejor opción que meterte en el edificio —concluyó. Con la tensión escalando en sus hombros, sacó su teléfono, toqueteó la pantalla buscando algo y, aunque pareció dudar un segundo, me dijo—: Si no vuelvo a por ti en quince minutos, llama a este número. Es la mano derecha de Nerox. No es la mejor opción, y no sé si después del ataque de Rage seguirá vivo, pero es la única alternativa que tenemos. Él sabrá qué hacer.

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