Un movimiento brusco me despertó.
Varios parpadeos después, abrí los ojos. Una luz brillante y cálida me atravesó las pestañas y cerré los ojos al instante. Pero otro movimiento, más suave que el anterior, me hizo volver a abrirlos. Fue cuando me encontré sentada en el asiento de copiloto de un coche en marcha, con el cinturón de seguridad puesto y la ventanilla medio abierta a mi derecha.
El corazón me subió rápidamente hasta la garganta porque, durante la primera fracción de segundo, el primer pensamiento que me abordó el cerebro fue que los Seven me habían sacado del edificio para entregarme a las Autoridades, o a los Nephers, como había sugerido Shad, y eso hizo que me incorporara en el asiento con las pulsaciones aceleradas.
Volví la cabeza a mi izquierda para ver al chico de pelo oscuro y ojos azules marinos, Thais Icke, sentado a mi lado, conduciendo. Fue entonces cuando mi mente todavía distorsionada por el sueño se recompuso lo suficiente como para recordar que yo ayer le había pedido a Thais volver a Vinton para ver a mi madre. También recordé que él me había dicho que solo podríamos salir del edificio si sus amigos daban el visto bueno, así que por eso nunca tuve realmente la esperanza de que podría llegar a salir. Eso me aturdió. Y mucho.
—Estabas profundamente dormida. No quería despertarte —me dijo cuando se dio cuenta de que ya estaba despierta.
No me hizo falta preguntar cómo había conseguido Thais cargarme hasta el coche dormida sin despertarme. Seguro que había usado sus poderes mentales conmigo como hizo la última vez para hacer que me durmiera en mi casa antes de que me secuestraran. Además, seguía dándome un poco de repelús, así que prefería no preguntar.
Contemplé el camino que dejamos atrás por mi ventanilla. Solo hacía seis días que los Seven me habían encerrado en ese edificio y aun así sentía que había transcurrido una eternidad.
Miré la hora en el reloj del coche. Eran las nueve de la mañana.
—¿Cuánto tiempo llevamos en carretera? —pregunté, aun saliendo de la bruma del sueño.
—Unas tres horas.
O sea que habíamos salido a las seis de la mañana. Casi le agradecí que no me hubiera despertado. Sobre todo considerando lo mucho que me había costado conciliar el sueño anoche. Resulta que intentar dormir en un edificio repleto de más de doscientos Asphars que querían matarme no era precisamente una tarea fácil. Aunque, para mi sorpresa, nadie intentó matarme, ni siquiera como venganza por lo de Miles. Los Seven debían de ser lo suficientemente disuasivos. O, al menos, los estudiantes debían de tenerles el suficiente miedo como para no intentar seguir los pasos de Miles.
—¿Cómo has conseguido que los demás acepten? —inquirí, la incredulidad enroscándose en el tono de mi voz—. ¿Les has manipulado la mente?
—Ya te he dicho que no somos tus enemigos —dijo—. Además, no podría manipulársela a todos aunque quisiera. No a Cyre y a Kilian.
—Pensaba que los únicos a los que no podías controlarles la mente era a los Nephers —dije, recordando que me había dicho que la mente de los Nephers era infranqueable.
—A otros psíquicos tampoco —me respondió.
Sabía que Cyre era clarividente, pero me pregunté qué clase de psíquico era Kilian.
Lo que más me sorprendía no era que los Seven, siendo unos capullos asesinos sin moral, hubieran aceptado que yo pudiera salir del edificio para ver a mi madre. Sino que hubieran aceptado a pesar de lo peligroso que era, teniendo en cuenta que se estaban jugando demasiado: si las Autoridades me encontraban, ellos me perderían a mí y perderían su mejor oportunidad de encontrar a Karan. Por eso en el fondo no creí que ninguno accedería a mi petición. ¿De verdad iban a correr ese riesgo?
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SEVEN ©
ParanormalTras la muerte de su padre, Kirsen Edevane se esfuerza por recuperar las riendas de su vida. Sin embargo, la llegada de siete nuevos y misteriosos alumnos al Instituto Reems convertirá su intento por recomponerse de las heridas del pasado en una mis...