26 | Inmortalizar el momento.

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El sol me estaba dando de lleno en la cara cuando desperté.

Hubo un pequeño instante de aturdimiento inicial cuando comprobé que no estaba en mi habitación. Ni en mi cama. Estas sábanas eran negras y olía a... un aroma masculino, suave y vagamente familiar.

Me moví a la izquierda para evitar el rayo de sol que se había colado por la ventana, pero antes de poder girarme por completo, mi brazo rozó algo duro. La confusión y el reconocimiento llegaron a mí a la vez cuando levanté la cara para mirar detrás de mí.

Isaac estaba dormido a mi lado.

Mi corazón se saltó un latido mientras los recuerdos de anoche llegaban a mí de uno en uno. El sueño se esfumó de mis sentidos al instante, porque, al parecer, en algún momento de la noche nos habíamos movido y habíamos acabado más cerca el uno del otro.

Isaac seguía plácidamente dormido, con las manos flexionadas debajo de su cabeza, lo que no parecía ser una posición muy cómoda para dormir. Pero me dio la impresión de que mantenía las manos debajo de su cabeza como si así pudiera evitar tocarme inconscientemente en algún momento de la noche. Una parte de mí pensó que eso era respetuoso. La otra no evitó sentirse algo, solo un poco, decepcionada.

Lucía tranquilo durmiendo. Contemplé los mechones negros que le caían desordenadamente sobre las cejas, la curva casi perfecta de su nariz y la expresión serena de su expresión. Ahora no estaba en guardia, no estaba vigilante ni en tensión como lo estaba la mayor parte del tiempo.

Como no era muy usual, tuve la aplastante necesidad de plasmar esa imagen. Busqué con los ojos su móvil y lo encontré sobre la mesita de noche a su lado. Me estiré sobre él para cogerlo, con cuidado para no despertarlo. Abrí la aplicación de la cámara, me puse sobre mis rodillas para tener un ángulo perfecto de su cara y entonces pulsé el botón para echarle una foto.

Y el flash se encendió de repente.

Lo que pasó después sucedió tan rápido que apenas logré registrarlo.

Isaac hundió los dedos en mi cintura, enredó una de mis piernas con la suya y me tiró debajo de él. Con una mano presionó mi cuello y con la otra sacó algo debajo de la almohada y lo puso sobre mi frente.

Una jodida pistola.

Me había puesto una pistola contra la frente.

Se me cortó la respiración cuando distinguí la mirada automática en el fondo de sus ojos. Fue como si alguien hubiera encendido el interruptor de «matar».

Ahogué un grito, abriendo los ojos.

—¡Soy yo, no me mates! —Logré decir lo mejor que pude, aunque me salió más como un balbuceo por culpa de sus dedos rodeándome la garganta sin ningún tipo de delicadeza.

Isaac parpadeó. Y luego volvió a parpadear, todavía saliendo de la bruma del sueño.

Yo me hundí en el colchón debajo de él, con el miedo manteniéndome paralizada.

—Joder —murmuró con la voz aún enronquecida por el sueño—. Mierda, Kirsen. Lo siento.

Me soltó el cuello rápidamente y alejó el arma, dejándola de nuevo sobre la cama. Apoyó las manos a cada lado de mi cabeza, tragando lentamente. Esa coraza de tensión y alerta volvió a contraerle los músculos. Siempre estaba preparado para contraatacar, siempre vigilante. Me pregunté si hasta durmiendo no podía encontrar un momento de paz o de tranquilidad. Y la idea me apretó el estómago.

—¿Te he hecho daño? —pronunció, luciendo aturdido y... genuinamente preocupado.

Me examinó el cuello, y luego bajó la vista por el resto de mi cuerpo para comprobar que no me había roto ningún hueso o algo así. Esperé a que mi corazón dejara de latir como si estuviera en una carrera de fórmula uno antes de negar lentamente con la cabeza. Cuando recuperé el aliento, hablé:

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora