20 | Fragilidad con fragilidad.

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No podía dormir.

Hacía más de cinco horas desde el incidente en la biblioteca con Shad. Ishtar se había empeñado en hacerme compañía para asegurarse de que estaba bien —cosa que le agradecí infinitamente—, y se había marchado hace una hora para dejarme dormir. Pero me había pasado los últimos sesenta minutos dando vueltas en la cama sin poder pegar ojo. No podía apagar mi cerebro. Ni las preguntas.

Tracé con los dedos el símbolo circular partido por una recta vertical de mi nuca, una y otra vez. Había aparecido el día que desperté aquí. Y, causalmente, los mismos chicos a los que Nerox había puesto para protegerme tenían esa misma marca en el cuello (o al menos casi todos, considerando que todavía no había comprobado que Thais y Aran la tuvieran también). La parte razonable de mi cerebro me decía que dejara el asunto por la paz, que no estaría el tiempo suficiente aquí ni entre aquellos siete chicos como para involucrarme en nada que tuviera que ver con ellos.

Pero... la cosa era que yo ya estaba involucrada. No todos los días despiertas con un símbolo extraño en la nuca que, casualmente, compartes con otros cinco —muy probablemente siete— chicos a los que acabas de conocer hace cosa de tres años. Sí, el mundo era un pañuelo a veces, pero esto era pasarse.

Y si Isaac se había empeñado en que no le mostrara mi marca a nadie más, si ni siquiera había vuelto a sacarme el tema —ni él ni Thais—, y sumándole a eso lo descolocados que parecían cuando la vieron por primera vez, sabía que debía ser algo lo suficientemente importante como para que reaccionaran de esa forma.

La sensación abrumadora de la incertidumbre me hizo levantarme de la cama. Me hizo salir resueltamente de mi cuarto y también me hizo atravesar en la oscuridad dos pasillos hasta llegar a su habitación. Toqué suavemente la puerta de madera blanca.

La profundidad del silencio se hundió en mis oídos mientras la vacilación empezaba a recorrerme los adentros. Estuve a punto, a punto de dar media vuelta y volver por donde había venido hasta que se escuchó un «adelante» desde dentro.

Tras un instante de duda, abrí la puerta. La habitación seguía estando igual que como la había dejado. El piano en el centro, las partituras desordenadas sobre el escritorio, la cama todavía hecha. El cuarto estaba casi a oscuras, a excepción de una pequeña lámpara de luz tenue de la mesita de noche, y Isaac no estaba por ningún lado. Otra luz salía del baño, cuya puerta estaba entreabierta.

—Soy... Kirsen —murmuré, cerrando la puerta detrás de mí.

Me adentré lentamente en la habitación con pasos inseguros. Aunque no era la primera vez que entraba aquí, sí era la primera vez que entraba con él estando aquí. Y me daba la sensación de que estaba entrando en territorio inexplorado. En general, Isaac Stepario y cualquiera del resto de los Seven eran territorio inexplorado.

—Lo suponía. Ninguno de los demás toca la puerta antes de entrar. —Volví a escuchar su voz profunda desde el interior del baño.

La puerta del baño se abrió por completo dos segundos después y Isaac apareció frente a mí. Tenía el pelo negro húmedo, resbalándole sobre la frente y los lados de la cabeza. Solo llevaba unos pantalones de chándal grises y una pequeña toalla sobre los hombros y la parte superior del torso desnudo.

No sé por qué llegué a pensar que Isaac estaría cubierto de tatuajes —tal vez porque tenía uno enorme en el cuello—, pero en realidad no parecía tener más tatuajes que el número siete del lateral de su cuello. En las líneas marcadas de los músculos de su torso no había más tinta negra ni nada que perturbara una piel limpia y bronceada. La impresión sorprendente de su aspecto casi me hizo ignorar que tenía unas tijeras en la mano, y que había un par de mechones negros en el suelo.

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora