03 | ¿Dónde está la maldita puerta?

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Con un jadeo seco, abrí los ojos de golpe.

Mi visión era borrosa cuando un techo blanco apareció sobre mí. Parpadeé un par de veces para aclarar mis ojos y el simple gesto envió una descarga de dolor a los lados de mi cabeza. Resoplé con los dientes apretados. Era un dolor diferente al de cualquier resaca que había tenido antes. Aunque, si no recordaba mal, anoche no había bebido tanto. ¿Por qué sentía que me iba a reventar la cabeza?

A pesar del dolor, hubo un momentáneo sentimiento de paz que hizo que mi pecho se desinflara con alivio cuando me di cuenta de que no estaba muerta, y que todo había sido una terrible pesadilla.

Aunque ese sentimiento se evaporó dos segundos después cuando eché un vistazo a los costados y observé las paredes blancas. Me puse rígida al instante. Las paredes de mi habitación eran azules, no blancas.

Esta no es mi habitación.

Me arrastré lentamente sobre la cama hasta sentarme en el borde. Tragué con fuerza mientras el pánico empezaba a asentarse en mi estómago. Me puse sobre mis pies desnudos para dar un giro completo sobre mí misma y visualizar la enorme habitación que se levantaba a mi alrededor, mientras era consciente del terror que poco a poco iba apoderándose de mi cuerpo.

Había una enorme cama de matrimonio en el centro, un armario empotrado en la pared y dos mesitas de noche a los dos lados de la cama con una pequeña lámpara sobre una de ellas. Todo de color blanco. Eso era todo. No había ningún tipo de decoración ni objeto a la vista.

Entonces, como una secuencia de recuerdos que me golpeó como un látigo, todo lo que sucedió anoche llegó hasta mí de golpe. Yo llegando de la fiesta en el coche de Saige, yo encontrándome a los Seven —a cuatro de ellos— en mi casa y luego ellos llevándome a la fuerza a... ¿dónde? ¿Qué sitio era este? ¿Por qué no me habían matado aún? ¿Por qué estaba Saige dentro de mi casa? ¿Por qué había intentado advertirme de que saliera corriendo como si supiera que los Seven estarían ahí? ¿Y por qué... por qué mi madre había actuado de esa forma tan extraña? ¿Por qué había fingido que no me había reconocido?

Añadí todas aquellas preguntas al rincón de mi cerebro llamado «cosas sobre las que entraré en pánico más tarde cuando averigüe dónde mierda estoy».

Traté de aferrarme a la parte lógica de mi cerebro antes de derrumbarme por el miedo. Inspiré hondo y luego solté aire. Empezar a llorar no iba a servir más que para aumentar el pánico que ya se estaba acumulando en el fondo de mi estómago, así que me agarré a la franja racional de mi cabeza para pensar: me habían secuestrado pero todavía no estaba muerta, lo que significaba que no me querían muerta. Al menos de momento.

Me llevé inconscientemente las manos a mi cuerpo para comprobar que todo seguía en su sitio. Mi vestido y mi ropa interior seguían ahí, intactos. No tenía heridas, no me dolía ninguna otra parte del cuerpo que no fuera la cabeza y no me sentía extraña ni violentada.

Además, mis zapatos de tacón estaban perfectamente apilados a un lado de la cama. Una risa irónica amenazó con asaltarme.

Qué considerados.

Aunque ahora que me ponía a pensarlo, anoche apenas me habían tocado, no me habían hecho ningún tipo de daño. Ni siquiera cuando le mordí a Shad para que me soltara. Tal vez todavía seguía teniendo alguna esperanza para salir de aquí sin perder la vida en el proceso. Ese pensamiento me tranquilizó lo suficiente como para seguir manteniendo la calma, ponerme los zapatos y moverme hasta la puerta.

Había un silencio sepulcral, la clase de silencio que daba escalofríos. Tomé la manilla de la puerta para empezar a forcejear y quizá gritar hasta que me sacaran de aquí, pero no me hizo falta hacer ninguna de esas dos cosas.

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora