37 | ¿Quién no lo haría?

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Eryn


Mientras tanto, en territorio de los Nephers...




Alguien zarandeaba el cuerpo de Eryn cuando abrió los ojos.

Lo primero que llegó a su visión fue la cara de la chica afroamericana, Ayra, que le sacudía los hombros con fuerza.

—¿Estás herida? —le preguntó su novia cuando la consciencia se apoderó de ella.

Le dolía la nuca como si se la hubieran pisoteado, pero no estaba herida. Y, aparentemente, Ayra tampoco estaba herida. No tenía ni un rasguño visible.

Eryn volvió silenciosamente la cabeza hacia un lado y hacia el otro para asegurarse de que podía mover el cuello. Después, su atención se dirigió hacia el lugar en el que estaban. Estaban en el mismo pasillo al que Kilian Dayes la había arrastrado unos minutos antes —u horas, no estaba segura— para alejarla del salón principal. Recordó todo lo sucedido. Kilian había reducido fácilmente a los dos guardias que vigilaban a Kirsen Edevane, y después se había enfrentado a Eryn. Ella no se lo puso nada fácil, desde luego. Pero eso no había evitado que el Abandonado le atestara un golpe con el revés de la pistola en la nuca, mandándola a la inconsciencia. Apretó los dientes.

Debería haberlo matado cuando tuve la oportunidad, pensó.

También se preguntó por qué no lo había hecho.

—Cal está muerto —le dijo Ayra. Tenía razón. El otro guardia que se había enfrentado a Kilian tenía el cuello doblado en un ángulo antinatural—. Aunque tu hermano apenas me ha tocado a mí.

Eryn se preguntó si no había matado a Ayra por casualidad, por pura suerte o porque sabía que era su novia.

No le importó. No se permitió la posibilidad de que le importara.

—No es mi hermano. —Fue lo primero que dijo Eryn mientras se incorporaba sobre sus pies—. Tengo que encontrar a Axian.

Se levantó. Se arregló el pelo y la ropa para ponerlos en adecuado estado antes de cruzar la puerta que daba al salón principal y enfrentarse al desastre.

El humo de los disparos fluía todavía en el aire. Había decenas de guardias muertos en el suelo, otros heridos. Unos cuantos corrían de un lado a otro ayudando a los afectados y sacando a los civiles que quedaban. Los ojos de Eryn se movieron en silencio por el salón.

Buscándola.

Pero no la encontró.

Cuando la vieron entrar, dos guardias echaron a correr hacia ella.

—Kirsen Edevane —pronunció Eryn—. ¿Dónde está Kirsen Edevane?

Ambos guardias inclinaron la cabeza, y Eryn no supo identificar si fue un gesto de respeto o de pesar. O de las dos. Nels, el guardia más alto de los dos, levantó la cabeza:

—Ha huido.

Eryn no parpadeó.

—¿Hay civiles heridos? ¿niños afectados?

—No. Solo guardias. Se han asegurado de no tocar a ningún ciudadano —respondió el otro—. Pero han destrozado casi una cuarta parte del edificio. La cuarta planta y la mitad de la planta cinco están completamente en ruinas. Han conseguido esquivar a nuestras fuerzas y de momento aún no hemos podido seguirles el rastro.

Aquella información no la sorprendió. Eryn se había enfrentado a Asphars suficientes durante su vida y sabía que esos chicos tenían un poder más alto que la media. Incluso Kilian Dayes. Ya no era ese niño débil y delgaducho con el que había vivido seis años de su vida.

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