15 | ¿Debería pedirte matrimonio?

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La confusión me apuñaló los sentidos. Despegué mis labios de nuevo para decir alguna otra cosa pero las palabras murieron en mi garganta por el pasmo.

Sin embargo, los engranajes de mi cabeza se pusieron a trabajar a toda velocidad, buscando una respuesta racional a lo que mis ojos estaban viendo. Hasta el momento, había dado por hecho que aquel símbolo con el que de repente me había despertado hace una semana grabado en mi piel tenía algo que ver con ser mestiza —¿qué podía ser si no?—, pero si Isaac también lo tenía, o al menos uno casi idéntico, no podía tener nada que ver con el mestizaje. ¿No?

Mi brazo derecho, el que no estaba herido, se movió por inercia hacia su dirección. Mi mano vaciló un instante en el aire antes de extender unos dedos temblorosos hacia su cuello para tocar esa marca adherida a su piel tanto como lo estaba en la mía.

Solo me dio tiempo a sentir que le ardía la piel y que algo se colaba por las yemas de mis dedos como una carga eléctrica y abrasadora antes de que Isaac me atrapara rápidamente de la muñeca y me alejara la mano de su cuello.

Sus dedos me ardieron en la muñeca mientras sus ojos se movían por cara, por mis ojos, mi nariz, mi boca y mi barbilla, pareciendo repentinamente aturdido. Su ceño se hundió y abrió los labios para decir—: No vuelvas a hacer eso. 

Como si él lo hubiera sentido también. Ese calor electrizante seguía hormigueando en mis dedos cuando lo miré sin aliento en los pulmones. Mi mano seguía atrapada entre sus dedos.

—¿Qué significa esto? —solté consternada—. ¿Es algo que...  tienen los Asphars? ¿Todos los Asphars tenéis una marca como esta?

Esperaba una afirmación. La necesitaba. Necesitaba que me dijera que era normal que un Asphar tuviera una marca como esa porque entonces eso querría decir que, dado que parte de mí era Asphar, era normal que yo la tuviera también.

—No.

Tragué.

—¿Alguien además de ti y de mí la tiene? —pregunté.

La nuez de su cuello subió y bajó lentamente.

—No lo sé.

—¿Qué significa?

Tardó unos segundos en contestar. Como si estuviera contemplando qué palabras decir. O como si estuviera contemplando qué palabras no decir.

—No lo sé. —Volvió a decir.

No me lo creí.

—¿Hace cuánto que la tienes?

—Desde hace algunos años.

Otra respuesta a medias.

—Ha aparecido cuando llegué a vuestro edificio. Y resulta que tú también tienes una parecida. No puede ser casualidad, tiene que haber alguna explicación lógica o algo que no me estés diciendo...

—Eso no importa —me interrumpió.

—¿Que «no importa»? —pregunté con incredulidad, abriendo los ojos—. Tienes que estar de broma...

Sus ojos bajaron a la mano que aún me seguía sujetando, como si acabara de darse cuenta de que no me había soltado. Aunque yo había estado completamente consciente de su toque desde el principio porque seguía ardiéndome como si tuviera fuego y no sangre corriendo en sus venas. Me soltó rápidamente. Mi brazo cayó sobre la cama.

—Cuando demos con Karan tú te irás. No tiene sentido hacerse esa clase de preguntas —murmuró.

Y volvió a girarse para apoyar la espalda contra la pared, apartando la mirada con nada más que una expresión de desinterés. Pero yo no me lo creía. No me lo creía en lo absoluto.

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