28 | Modo supervivencia.

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—Ven aquí.

Dos palabras cargadas de una sofocante orden y, a la vez, de una proposición que me recorrió el cuerpo como una descarga.

Isaac seguía sentado frente a su piano, sin parpadear, cuando empecé a caminar hacia él. El calor escaló a medida que cerrábamos la distancia, como si un metro y medio de diámetro a su alrededor siempre estuviera encendido, siempre desprendiendo energía y poder para conquistar todo lo que se atreviera a cruzar ese diámetro. Y sabía que cuanto más me acercara, más iba a quemarme. Pero lo acepté de todas formas.

Me siguió atentamente con la mirada hasta que me paré frente a él. Contuve la respiración cuando su mano tomó la mía y tiró de mí suavemente hacia él. Había estado completamente segura de que quería que me sentara a su lado, por eso mi corazón se aceleró por la sorpresa cuando me atrajo a su regazo, sentándome sobre sus piernas.

Su brazo me rodeó la cintura para mantenerme en equilibrio sobre él, aunque sentí que me quemaba más de lo que me equilibraba. Traté de fingir que esa posición no me afectaba en lo absoluto, a pesar de que me estaba ardiendo la cara. Isaac era tan alto que, aun sobre él, su cara y la mía estaban casi a la misma altura. Demasiado cerca. No era la primera vez que estábamos así de cerca, pero cuando sus ojos me recorrieron suavemente la cara como una caricia, supe que esta vez no era como las demás. Una sensación helada me recorrió la espalda, porque sabía que no debía ser así. Nunca debió ser así.

—¿Cómo vas a tocarme una pieza así? —pregunté cuando encontré mi voz, porque tenía unas ganas inmensas de verlo tocar. Y yo no quería ser un estorbo.

La comisura de sus labios se alzó ligeramente.

Tragué lentamente cuando él se inclinó sobre mí para estirar los brazos sobre el piano. Fue un movimiento elegante y delicado, y se me hizo desbocadamente extraño que alguien que podía poner a temblar un edificio entero pudiera tratar algo con suma delicadeza.

—Dame las manos —me pidió.

Dudé un segundo, sin comprender, antes de dárselas. Él las tomó, acercándolas al piano y posándolas sobre las teclas, antes de poner sus manos sobre las mías, acomodando cada uno de sus dedos sobre cada uno de los míos. Me asaltó una pequeña y silenciosa risa cuando comprendí lo que quería hacer.

Cuando inclinó su torso para acomodarse, su pecho se apoyó sobre parte de mi espalda y su aliento me acarició la mejilla. Mi estómago se calentó con violencia.

Vamos, Kirsen, actúas como una dieciocho añera hormonal que nunca ha estado cerca de un chico.

Pero no es cualquier chico, me recordé.

Sus manos eran demasiado grandes en comparación con las mías así que no supe cómo iba a hacer funcionar lo que pretendía hacer, lo que me hizo contener otro gesto divertido, pero Isaac se las arregló para empujar suavemente su dedo pulgar sobre el mío contra el teclado, y entonces la primera nota, grave y vibrante, resonó en la habitación. Luego su dedo anular empujó el mío, y la presión de nuestros dedos contra la tecla nos regaló otra nota ligeramente más grave que la anterior.

Repitió el proceso con el resto de los dedos, formando una melodía lenta y al principio algo tope por mi culpa. Pero al cabo de unos segundos, nos acostumbramos al tacto y al movimiento mutuos y la melodía empezó a tomar forma. Él llevando las riendas. Y yo observando, dejándome llevar.

Lentamente, acomodó su mentón sobre mi hombro, en silencio, y algo se agitó en mis adentros cuando el reconocimiento me asaltó. Isaac no parecía dispuesto a querer mencionar nada de lo que sucedió hace unas horas, lo que le hice a Shad, la forma en que había estallado, a pesar de que sabía que él —como todos, como yo— tenía muchas preguntas al respecto. A pesar de eso, respetó mi petición de no querer hablar sobre el asunto.

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