21 | Una causa perdida.

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Iba a morir aquí.

No podía dejar de toser mientras el humo se arremolinaba a mi alrededor y se hundía en mis pulmones. El fuego crepitaba en el suelo, las llamas rodeándome, peligrosamente cerca de mi cuerpo.

Ella levantó la pistola y me apuntó en la cabeza. No podía verle la cara, pero sí los ojos. Había puro odio, pura repulsión en ellos. Como si nada le diera más satisfacción que acabar con mi vida, aquí y ahora.

Sí, definitivamente estaba a punto de morir.


Tres horas antes


Eran pasadas la medianoche cuando dejé uno de los libros que había cogido de la biblioteca en la mesita para acostarme en la cama e intentar conciliar un sueño que hacía semanas que había perdido. Empezando por las pesadillas —que Tim Hoffman seguía protagonizando— y acabando por las millones de preguntas que no podía quitarme de la cabeza.

Habían pasado dos días desde mi conversación con Isaac sobre el C.E.A.M. y desde el incidente con Cyre, aunque no había vuelto a hablar con ninguno de los dos desde entonces. Aunque no sabía si podía decir que había hablado con Cyre si nuestra interacción se había limitado a que él se había comunicado telepáticamente conmigo —lo que fue sorprendente para ambos— y me había mirado de esa forma tan inusual después de uno de sus episodios de visiones.

Mis dedos se enroscaron en el símbolo de mi nuca. La marca del C.E.A.M., la organización experimental clandestina que había reclutado y experimentado con los Seven y que, de alguna forma, también estaba relacionada conmigo. Aquella sensación que me recorrió cuando Cyre entró en aquella especie de trance por sus visiones volvió a abordarme.

Los Alterados sienten a otros Alterados, la voz de Isaac me atravesó los recuerdos, es como una conexión inalámbrica. Y la sensación siempre empieza y acaba por ese sensor.

Mis dedos se hundieron un poco más en la piel de mi nuca, sin comprender, porque no tenía ningún sentido. Yo no era como ellos, no era...

Un ruido surgió desde la puerta de mi habitación, sobresaltándome.

La puerta se abrió lentamente.

Mi cuerpo se puso en alerta de inmediato. De forma instintiva, puse una mano contra el reloj que Isaac me había dado, lista para pulsar el botón lateral durante tres segundos como él me había indicado.

Una figura delgada se coló por la puerta y se dirigió rápidamente hacia mí, así que solo me dio tiempo a pulsar el botón un segundo y despegar los labios antes de que una mano me tapara la boca rápidamente, ahogando el grito que me ascendió por la garganta:

—Shh... no grites. No quiero a los chicos entrando aquí como locos si te oyen gritar —dijo.

Pestañeé con las pulsaciones aceleradas y la confusión taladrando en mis adentros. Solté el botón rápidamente antes de que le mandara el aviso a Isaac.

—¿Iss?

Entorné los ojos mientras mi visión se iba acostumbrando a la oscuridad y reconocí la cara de Ishtar. Me pidió con un gesto que no hiciera ruido antes de destaparme la boca y encender la lámpara de la mesita de noche. Para mi confusión, Iss tenía puesto un vestido medio corto rojo de que se ceñía a su cuerpo.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté con la garganta seca.

Ishtar esbozó una sonrisa muy amplia.

—¿Tienes algo que hacer ahora? —me susurró.

—Sí, recuperarme del susto que me acabas de meter. —Me llevé una mano al corazón.

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora